Elogio del becariado

Cada año desde que el mundo es mundo se produce un fenómeno planetario en los centros de trabajo que siempre supone una revolución, a veces hormonal y a veces literal: me refiero a la llegada de los becarios.

Es ley de vida que los pequeños saltamontes se vayan incorporando a la actividad profesional compartiendo tiempo y espacio con la veteranía de los Maestros Po de cada empresa para completar su formación, mejorar su red de contactos y adquirir ese nivel de conocimientos y destrezas que no se adquieren en las escuelas y facultades.

No ha nacido todavía el plan de estudios que te enseñe a moverte en la máquina de café o a mantener conversaciones de ascensor interesantes cuando coincides con un jefe. Todos hemos sido becarios – en el amplio sentido de la palabra – en algún momento de nuestra vida y hemos recibido las enseñanzas (y a veces los capones, siempre metafóricos) de nuestros mayores.

Aquí, el abajo firmante, sin ir más lejos, fue becario allá por los 90 y aún recuerdo como mis jefes de entonces se sorprendían de que ya se incorporaran al mercado laboral los nacidos en los 70. Y todavía recuerdo como en una de esas becas de verano llegó el primer ordenador con Internet a la redacción y los redactores más cascarrabias vaticinaban que eso era una moda y que no tenía ningún futuro. Ahora me toca a mí ver como se incorporan de becarios aquellos nacidos en la segunda mitad de los 90. Gente que no vivió Barcelona 92 o que no tiene recuerdo alguno de haber pagado en pesetas, como yo no recordaba la muerte de Franco, ni el bañador de Fraga en Palomares. Supongo que lo próximo será que se vayan incorporando los nacidos en el 2000 y sucesivos con lo que el territorio de los chascarrillos ya puede hacer que nos dé vueltas la cabeza. Serán becarios trabajando que no recordarán a Aznar como presidente y que vinieron al mundo después del final de Médico de Familia. Ahí lo dejo para que nos vayamos preparando.

Pero todo Big Bang de lucha generacional tiene su ventaja: el trasvase de conocimiento es vital siempre en cualquier organización. Y el salto generacional entre los Baby Boomers y los Millenials podrá ser una oportunidad que si se sabe aprovechar nos puede y nos debe hacer mejores. Será ley de vida pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, que la juventud ya no es lo que era, que eso en mis años no pasaba y que los grupos musicales de la adolescencia de cada uno eran los mejores de la historia de la música. Pero la mezcla explosiva de una generación excepcionalmente formada en los 70 con el pensamiento “out of the box” (fuera de la caja) de los incipientes profesionales que están a punto de dar el salto al mundo laboral, es un desafío al que hay que sacar partido. Y si aún así no conseguimos vencer la resistencia de pensar que cualquier profesional de antes era mejor que los de ahora, siempre nos quedará el egoísmo de ver que hay trabajadores cotizando para pagar nuestras pensiones. El que no se consuela, es porque ya tiene un plan de pensiones.

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