¿Sabías que hoy, 1 de agosto, es el Día Mundial de la Alegría? Solo se celebra en 14 países de todo el mundo desde el año 2010, pero nos parece interesante pararnos a reflexionar un momento sobre la importancia que tiene la felicidad en nuestra vida y su gran poder transformador.
Al respecto, resulta muy revelador un estudio de la Universidad de Harvard que ha hecho un seguimiento durante más de 80 años a 724 hombres, desde que eran adolescentes en 1938 y hasta que la mayoría de ellos han fallecido. La muestra incluye diversos orígenes económicos y sociales, desde los barrios más pobres de Boston hasta los estudiantes universitarios de Harvard. Un dato curioso: el presidente John F. Kennedy era parte del grupo original.
Décadas de vida
A lo largo de los años, los investigadores han recopilado todo tipo de información sobre su salud, bienestar mental y emocional; han llevado a cabo cuestionarios, e incluso entrevistas a sus familiares. Esa información ha incluido sus triunfos y fracasos en las carreras profesionales y en su vida social. Algunos se convirtieron en empresarios y profesionales de éxito, otros en esquizofrénicos o alcohólicos.
Además, los investigadores incluyeron a los hijos en el estudio (más de 1.300), que tienen ahora entre 50 y 60 años, y también han surgido múltiples grupos de control a lo largo de la investigación. Si el estudio en sí es sorprendente, las conclusiones que se van extrayendo certifican en cierta medida lo que todos podemos intuir.
Lo que de verdad importa
Los investigadores de Harvard eran conscientes de que alrededor de la mitad de nuestro nivel de felicidad se basa en los genes: las personas estamos más o menos predispuestas a ser felices y optimistas. Pero podemos aumentar ese nivel de felicidad, según los investigadores en un 40 %, dependiendo de las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida.
Uno de los indicios a los que llegaron fue que, a medida que las personas envejecían, tendían a concentrarse más en lo que era importante para ellos, como hacían cuando eran más jóvenes. “Tienden a darse cuenta de que la vida es corta y es probable que presten más atención a lo que las hace felices ahora”, explicó el director de la investigación, el doctor Robert Waldinger.
Eso nos da la oportunidad de volver a hacer actividades que se asocian con la felicidad, como cantar en el coro, jugar a las cartas, coleccionar cosas, etc. No hace falta que esperemos a ser ancianos; piensa un momento en qué te hacía feliz de niño o de joven e intenta volver a realizar esas actividades.
Nuestro círculo social
El estudio de Harvard ha encontrado una fuerte asociación entre la felicidad y las relaciones cercanas como pareja, familiares, amigos y círculos sociales. “La conexión personal crea estimulación mental y emocional, que son impulsores automáticos del estado de ánimo, mientras que el aislamiento es un factor de quiebra”, afirmó Waldinger.
Estas conclusiones nos pueden inspirar para centrarnos en las relaciones que nos hacen bien en nuestra vida e intentar minimizar aquellas que son negativas. O, quizás, si sentimos que nuestra vida social es escasa; entonces, intentemos encontrar personas afines a nosotros apuntándonos a iniciativas que coincidan con nuestros intereses, por ejemplo el voluntariado, que está demostrado que aumenta la felicidad proporcionando un sentido de propósito.