Estas palabras de Marco Bruto en el Julio César de Shakespeare resumen de manera magnífica la incertidumbre que, quién lo diría, va a mantener el presente ejercicio económico hasta su finalización, en apenas dos semanas.
Porque, en verdad, un año financiero que se preveía francamente bueno hace apenas mes y medio, ha dado un giro importante…hacia peor. Eso no significa que no terminemos cerrando un buen ejercicio. Pero desde luego, el esperado rally de mercados no se ha producido y, caso de que exista algo parecido en los últimos días, serviría más para recuperar parte del retroceso registrado en estas semanas que para cerrar con buenas sensaciones un curso sobresaliente.
Naturalmente, la razón determinante en este cambio de percepción de los agentes económicos ha sido o, mejor dicho, está siendo la amplitud y profundidad de contagios en la nueva variante Ómicron del Covid 19. La realidad es que un empeoramiento de las condiciones sanitarias de este calibre, que está llevando ya en algunos países y áreas geográficas a establecer nuevas restricciones, no formaba parte del folleto de fin de año. Como era de esperar, el mercado ha reaccionado poniendo en precio la nueva situación, lo que en la práctica significa un incremento de la aversión al riesgo, es decir, ventas en renta variable y compras en renta fija. Y eso, a pesar de la espada de Damocles de una más que probable subida de tipos de interés en EE.UU. Sin duda, ha vuelto al temor inversor, algo que puede constatarse en el fuerte repunte de volatilidad en diciembre (el VIX, el famoso indicador de pánico, ha vuelto a marcar niveles parecidos a los de finales de enero, antes del inicio de la vacunación masiva).
Todo ello acontece en un momento en el que la inflación parece que no será tan coyuntural como inicialmente tenían previsto lo bancos centrales. Eso no significa que estemos ante un proceso, siquiera parecido, al del mundo en los años setenta. Pero sí es cierto que, tarde o temprano, va a haber que atajar las subidas de precios, so pena de que terminen descabalgando a las economías, por la vía de la falta de competitividad. En otras palabras, hay que normalizar la política monetaria. Eso significa reducir estímulos primero y subir tipos, después. En el caso de EE.UU., ambas cosas en 2022. En el de Europa, iremos viendo. El consabido decalaje en el ciclo.
Por todo ello, no es de extrañar que los inversores reaccionen con nerviosismo ante el futuro más inmediato, esto es, el 31 de diciembre. Como decíamos, el año ha sido muy bueno. No conviene estropearlo al final. Eso tiene un efecto negativo sobre el mercado bursátil, que es el efecto en el que nos movemos ahora.
Dicho todo esto, conviene no perder de vista el eje central del previsible mundo económico, que se caracteriza por mantener altas tasas de crecimiento, inflación elevada y más persistente de la prevista pero no estructural, normalización monetaria y, entendemos, una progresiva mejora de las condiciones sanitarias. En otras palabras, y yendo de detrás hacia adelante, la mejora de los datos pandémicos que sin duda se producirán en unas pocas semanas o, a lo sumo, pocos meses (bajada desde picos, efecto de la nueva ronda de vacunas, mejoras de las mismas, etc.), en un contexto de tipos de interés más normales, con inflación alta pero no descontrolada, y con creación de empleo, debería darnos una imagen estratégica sin duda más positiva que lo que en este momento, con el cansancio del año a cuestas, acertamos a inferir.
No debemos obviar que vendrán problemas por el camino. El último, la más que posible no aprobación en el Senado de EE.UU. del nuevo presupuesto de inyección económica ideado por la Administración Biden, algo que puede tener un importante efecto en la inferencia de crecimiento estadounidense en el primer trimestre de 2022. Por supuesto, también está la evolución de la inflación, o la geopolítica. Pero lo relevante, lo que no debe perderse de vista es que las economías siguen creciendo y siguen creando empleo. Mientras eso se mantenga así, el punto de llegada es positivo. Lo demás es gestionar la coyuntura. En ese sentido, nuestro devenir, a corto plazo, está puesto en contener el Ómicron…y, claro está, y una vez más, en el buen hacer de los bancos centrales, los eternos apagafuegos. Por tanto, prudencia, pero confianza.