Ucrania domina la escena

No hace ni dos semanas, parecía claro y evidente que “inflación” iba a ser la palabra clave en el argumentario económico y de mercados para 2022. Lamentablemente, esto ya no es así. O no del todo.

Cuando apenas hemos cumplido un trimestre del nuevo ejercicio, quedan pocas dudas de que este año será recordado como el año de la guerra de Ucrania. De una manera brutal, la sociedad en su conjunto y, con ella, todo el ámbito de la economía, nos hemos despertado en la más oscura realidad de un sangriento enfrentamiento humano.

En el momento de escribir estas líneas, ni siquiera está dibujado el contorno de lo que puede ser el devenir de esta crisis en los próximos tiempos. En buena medida, el mundo suspende la respiración ante las noticias que llegan del frente. El escenario de una paz negociada a corto plazo, probablemente la mejor de las alternativas, es solo una de las muchas posibilidades que se nos ofrecen. El fracaso ruso para tomar rápidamente Ucrania en un golpe de mano al estilo de Crimea 2014, y la admirable respuesta del país en su propia defensa, abren la puerta a una “chechenización” del conflicto. En ese contexto, nos encontramos ante una inestabilidad geopolítica a nivel global cuyas características no vivíamos desde los tiempos de la invasión soviética de Afganistán, a finales de los setenta y principios de los ochenta, y la posterior “crisis de los Euromisiles”, último episodio de la Guerra Fría, antes de que la Perestroika iluminara de luz las sombras desnudas de la política de bloques, heredada de la Segunda Guerra Mundial. Esta vez, además, no se trata de un adversario que genere miedos a través de actos terroristas a gran escala, como era el problema de seguridad esencial en el mundo post 11S: esta vez se trata, como antaño, de un país dotado de un arsenal nuclear sencillamente desasosegador.

En resumen, las miradas del mundo entero se concentran en el drama que se vive en la que fuera república soviética de Ucrania, hoy un país cuya independencia molesta a su vecina Rusia. En este sentido, salvo un cambio brusco y radical en la dirección política rusa, todo parece indicar que nos adentramos en un orden mundial distinto, una suerte de nueva “guerra fría”, en la que Rusia será cada vez más un país más apartado del juego occidental, por no decir absolutamente desconectado, y más dependiente de una posible entente con China. Esto pone en cuestión variables estratégicas, hasta ahora dadas por buenas, como eran la globalización y la interconexión de las economías mundiales.

En todo caso, con independencia del mundo que esta nueva realidad configure, el presente pasa por una extrema inestabilidad de los mercados, que recogen los miedos de los analistas e inversores ante un impacto real en el ámbito de las materias primas y una incertidumbre extrema con respecto a la evolución de la economía en el corto plazo. Debemos ser conscientes que todo esto ocurre cuando aún no hemos normalizado, ni mínimamente, las economías después del impacto brutal del Covid 19. Es cierto que la senda del crecimiento está (o estaba) más que marcada y, en ese sentido, dentro de la vorágine actual, conviene poner en valor ciertos datos macroeconómicos, como por ejemplo la evolución del empleo en EEUU, recientemente publicada. No obstante, la crisis actual nos ha cogido con unos niveles de inflación sencillamente desbordantes. Peor aún, la presión que puede ocasionar la subida del precio de las materias primas sobre los IPC´s determina que el crecimiento mundial puede ser puesto en cuestión, en unos meses vista. Ello impide en cierto modo a los bancos centrales actuar con la contundencia necesaria para bajar la fiebre de los precios, lo que nos introduce en un círculo vicioso de difícil solución.

Por todo ello, no es de extrañar que estemos presenciando caídas muy fuertes de la renta variable, que empieza a descontar escenarios macroeconómicos menos favorables para el beneficio empresarial. En cuanto a la renta fija, se mueve con espasmos, confundida entre actuar como activo refugio (motivo por el cuál debería revalorizarse) o sucumbir ante las inferencias de una inflación, verdaderamente preocupante. En ese sentido, estamos contemplando un cierto movimiento hacia la liquidez, por parte de los inversores, que ven difícil en este contexto tomar decisiones acertadas para sus carteras de activos, dada la importante incertidumbre y el cada vez mayor sesgo hacia la prudencia.

Como corolario, nos esperan días y tal vez semanas muy intensas de mercado, reflejo de la inestabilidad actual. En ese marco, mantener una extrema prudencia parece un consejo razonable, lo que no significa sucumbir al pánico. Sería deseable establecer suelos técnicos fiables, antes de volver a invertir con fuerza la liquidez generada en este proceso de aversión al riesgo en el que nos encontramos. En ese sentido, mucha atención a la zona de 4.000 a 4.100 de S&P500. Y, por supuesto, todas las miradas en Ucrania, que domina la escena global ante nuestra determinación, no exenta de tristeza.

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