En primer lugar, obviamente, tenemos a la inflación. El último dato en EE.UU. (7,5% el IPC interanual, 6% la inflación subyacente) nos acerca realmente a épocas pasadas, estructuralmente muy distintas de la actual. Parece evidente que es necesario comenzar a poner los medios para que el alza de los precios no provoque una quiebra seria en el devenir macroeconómico, de manera especial en Norteamérica. Nos referimos en esencia a una espiral de precios-salarios, a la pérdida de competitividad general por el incremento de costes o al posible derrumbe del consumo, ante una escalada así de las cestas de la compra. Conviene decir que, en buena medida, la inflación se produce por un incremento notable del precio de la energía, tema en el cuál es mayor la sensibilidad del IPC en Europa que en EE.UU.
Para combatir eso, tenemos las subidas de tipos de interés. Como toda medida económica, no es inocua: de momento, pone más caro obtener créditos, así que penaliza la capacidad de endeudamiento de las empresas y, con ello, una importante palanca de crecimiento. En otras palabras, atempera la actividad, principal causante de la inflación. Pero además tiene efectos muy relevantes sobre el mercado: incrementa las rentabilidades de la renta fija (es decir, reduce la valoración de los bonos) y castiga al multiplicador de la renta variable. De ahí que su implementación, sobre todo si se interpreta excesiva, pueda tener consecuencias negativas sobre el mundo financiero.
En ésas estábamos cuando, de pronto, ha pasado a primera situación el clima prebélico en Ucrania. Ante todo y por encima de todo, qué duda cabe, caso de llegar a producirse la ruptura de hostilidades, se trataría de una auténtica tragedia humana. En segundo lugar, pone de manifiesto que se ha producido un cambio geopolítico notable a nivel global, frente al “nuevo orden mundial” establecido tras la caída de la Unión Soviética: el resurgimiento de China (económica y militarmente) y de Rusia (militar y estratégicamente, por lo que se refiere a materias primas) parece hacernos entrever una cierta vuelta a la política de bloques de la Guerra Fría. Y, como es lógico, y en tercer lugar, todo ello tiene un efecto sobre la economía y los mercados financieros.
Porque en un momento en el que nos encontramos con la soga al cuello de la inflación, la crisis rusa añade aún más presión sobre los mercados de energía y el precio de los combustibles. Todo ello en pleno invierno europeo. En esa línea, si ya preveíamos unos IPC´s elevados, el presente conflicto por Ucrania no hace sino incrementar nuestras expectativas de inflación a corto plazo, es decir, hacer más cercanas o contundentes las subidas de tipos de interés. En otras palabras, poner mayores impedimentos al crecimiento global, algo que, de momento, está siendo la piedra en la que apoya la vuelta a la normalidad económica y financiera, tras la pandemia.
No solo eso, sino que la posibilidad (más que real, según declaró Biden el pasado viernes) de un conflicto armado tiene como consecuencia un giro hacia la protección por parte de los inversores, que, de pronto, penalizan los sectores más beneficiados por el ciclo inflacionista (los sectores más cíclicos) y da alas a los activos refugio, en concreto a la deuda pública… ¡precisamente el activo más penalizado por las expectativas de subidas de tipos! Esto nos lleva a preguntarnos si es consistente un rally en renta fija con mayor inflación. ¿Cómo de sostenible es ese movimiento? ¿No estaremos creando una distorsión brutal en el mercado?
En este contexto hay que enmarcar los movimientos del mercado de las sesiones del pasado viernes y del lunes 14: Clara subida de la valoración de renta fija (es decir, caídas de rentabilidades), que actúa como activo refugio ante el temor de un posible conflicto con Ucrania y a despecho, de momento, de las presiones inflacionistas. Por el contrario, la renta variable retrocede, al menos hasta la apertura estadounidense, por estos mismos miedos a un recrudecimiento de las tensiones militares y políticas con Rusia.
Por lo tanto, es posible que se esté generando una especie de tormenta perfecta generada por el miedo a un conflicto bélico en un entorno de elevada inflación. Conviene decir que esta “tormenta perfecta” tiene mucho de coyuntural: no se trata de un cambio conceptual, como sí lo es el nuevo orden geopolítico. Es más, es posible, incluso probable, que se trate de un nubarrón más que de una tormenta, que vaya disipándose de la mano de una inflación más contenida y una distensión política. El mundo puede cambiar su vestimenta de una camiseta negra a una, siquiera gris… y además de manera razonablemente rápida. Confiemos en ello. De ser así, probablemente estos movimientos representan oportunidades de entrada en renta variable. En cuanto a la renta fija, si se produce una relajación del clima bélico, lo normal sería volver a verla subiendo rentabilidades. En todo caso, no está de más un poco de prudencia, dada la enorme incertidumbre actual.