Hace ya mucho tiempo (afortunadamente) que los mercados financieros no se veían en la tesitura de tener que cotizar una posible eventualidad bélica, a gran escala. La última vez que esto ocurrió de manera clara fue en relación a los atentados del 11 de septiembre y las posteriores intervenciones de la coalición internacional, liderada por EE.UU., en Iraq y Afganistán.
La situación que hoy se plantea es, en realidad, muy distinta a la de 2001. Por aquel entonces solo existía una verdadera superpotencia global: Norteamérica. China tenía un PIB apenas superior al actual de España. Rusia seguía sumida en la depresión de la era post soviética, desgarrada por el aún abierto conflicto checheno. En cuanto a Europa, su proceso de unión que, a pesar de las dificultades (y obviamente mejorable) no deja de ser un éxito en la historia mundial, seguía su paso lento, relevando en todo caso la evidencia de la pérdida de protagonismo político del Viejo Continente frente al Nuevo Mundo.
Como decíamos, hoy el orbe es muy distinto: Tras las amargas experiencias de las intervenciones militares en Oriente Medio, hemos encadenado tres legislaturas seguidas en las que EE.UU. ha renunciado primero (con Obama) a ejercer un liderazgo mundial activo y después ha caído (con Trump) a uno de los niveles de aceptación internacional más bajos de su historia. Ello ha coincidido en el tiempo con el resurgimiento de Rusia como actor global (con una mezcla de decisión política e importancia en el mercado de materias primas) y con la irrupción de China como gran potencia, sin duda la segunda economía actual…y creciendo.
Llegados a este punto no está de más comentar que la presente tensión política se enmarca en un contexto en el que aún no están cerradas, ni mucho menos, las secuelas sanitarias, sociales y económicas de la pandemia asociada al Covid 19. En el caso de la economía, hablamos de un contexto de recuperación económica, sin duda, pero no exento de problemas, el principal de los cuales es la inflación. La inflación: ésa gran desaparecida, tras Lehman Brothers. Y, como derivada de ella, la normalización monetaria. Léase, entre otras cosas, subidas de tipos de interés.
En este escenario nos encontramos de bruces con la posibilidad (aunque poco probable) de un conflicto militar con Rusia. Realmente suena a otros tiempos. Pero la concentración de más de ciento veinte mil soldados soviéticos (perdón, rusos) en la frontera ucraniana pone a prueba los resortes políticos y militares de la vieja OTAN y dispara las alarmas en otras áreas. Los mercados financieros, por ejemplo.
Conviene recordar que esta tensión se produce en un momento en el que las tensiones con China también alcanzan tintes que se acercan al enfrentamiento bélico. El gigante asiático lleva meses incrementando la presión armada sobre Taiwán y las aguas que considera de su incumbencia en el Mar de China, a través de maniobras navales e incursiones aéreas. Este polo mundial, como es obvio, no ha parado de crecer en importancia económica y política, frente a Europa, y también militar, frente a Oriente Medio. No es de extrañar en este contexto la creación de la Alianza AUKUS entre EE.UU., Reino Unido y Australia. Un país, Australia, que está viviendo un proceso muy relevante de rearme: en breve, su aviación y armada serán superiores en número a las de España, un país que casi le dobla en población.
Y es que el mundo, como decíamos al principio, parece imitar en la actualidad otros tiempos pasados: si la tensión con Ucrania nos retrotrae a la crisis de los Sudetes en 1938, el rearme global en un marco de crecimiento económico pero recelo político, parece dibujar rasgos similares a los de la Europa de 1914. Esperemos que la diplomacia sensata sea capaz de evitar un Múnich, en el primero de los casos, y que la cordura impere para que ningún Sarajevo, versión siglo XXI, pudiera tener el carácter de un chispazo devastador sobre toda la humanidad, en el caso de China.
Mientras tanto, continúa la vida y los mercados. Nada hace pensar que este 2022 vaya a ser un mal año económico, más bien al contrario. Hemos superado muy duros momentos y nos encontramos en la senda de la recuperación y la normalización, incluyendo los tipos de interés. Habrá que ver no obstante cómo encaja el mercado esta normalización. Pero, si algo importa a día de hoy, y con permiso de la total erradicación de la pandemia, es resituar los tambores de guerra en los términos de la diplomacia y la concordia. Algo que pasa por una desescalada, una distensión y, es importante tenerlo presente, una adecuada disuasión. Será en beneficio de todos. Y no solo hablamos de beneficio financiero.