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1 noviembre 2015

Por qué es posible la rentabilidad de la Mutualidad

Decía hace unos años un conocido gestor de fondos de inversión que no EXISTE profesión que requiera más dosis de humildad que aquella que consiste en administrar el dinero de otros. Y es que, argumentaba, quien maneja el ahorro, riqueza o patrimonio de un tercero no debe sino estar agradecido por la extraordinaria confianza que se ha depositado en él.

Podríamos añadir que, en un buen número de casos, quien deposita esta confianza no es que no posea los conocimientos técnicos necesarios para comprender las inversiones, cosa que, por otra parte, entra dentro de lo natural, sino que, en bastante medida, desconoce los riesgos que está asumiendo o las oportunidades que podría estar perdiendo, y que no le gustaría asumir o no querría perderse. En suma, ignora la respuesta a una pregunta básica: ¿qué puedo esperar de mi dinero?

El mercado

Qué rentabilidad podemos esperar del mercado

Antes de entrar en cuestiones prácticas y de absoluta actualidad económica, debemos hacer un par de apreciaciones sobre el mundo inversor, no por sencillas menos relevantes.

La primera es que la economía se mueve por ciclos: ello conlleva la existencia de momentos de bonanza y momentos de penuria. Afortunadamente, desde la época de la revolución industrial, estas oscilaciones entre las épocas de “vacas gordas y vacas flacas” se mantienen dentro de una trayectoria de clara mejoría, en el largo plazo. En otras palabras, aun en una “mala época” como puede ser la actual, estamos mejor de lo que estábamos hace 40 o 50 años. Sí es cierto que, en ocasiones, las “vacas flacas” se muestran particularmente escuálidas, dentro de la tendencia general. A esos momentos les llamaremos “crisis”.

Resulta obvio que los mercados financieros, que no son sino una “valoración” del estado de la economía, se verán afectados por el momento del ciclo que nos encontremos, por la profundidad de una crisis o por la exuberancia de un periodo de expansión económica. Ello determinará que un conjunto de activos, bien de renta variable (acciones), de renta fija (bonos) o de tesorería (depósitos bancarios, pagarés, etc.) resulten más atractivos que otros, según el momento y las circunstancias.

La segunda apreciación importante es que un inversor debe tratar de conocerse a sí mismo: debe establecer cuánto dinero quiere ganar y a qué plazo vista y, aún más importante, cuánto dinero estaría dispuesto a perder en aras de esa esperada rentabilidad, es decir, qué riesgos quiere tomar para tratar de conseguir un determinado beneficio. Técnicamente, a ese conocimiento de sus propias características le denominaremos su “perfil de inversión”.

Si unimos las dos directrices mencionadas, ciclo económico y perfil de inversión, obtenemos el resumen de lo que un inversor debe esperar de su ahorro, en términos de rentabilidad. El perfil de inversión sería el camino, determina la dirección. El ciclo económico es el sentido de la marcha. En suma, a la hora de invertir, más que aprovechar las oportunidades del mercado, lo que debemos hacer es utilizar las oportunidades que esos mercados pueden ofrecernos, dentro de nuestro perfil de inversión. En otras palabras, establecida la carretera (perfil) decidiremos el carril para movernos (ciclo).

Como ejemplo, un inversor con un perfil arriesgado, que habitualmente podríamos identificar con la renta variable (es decir, con las acciones o, de manera genérica, con la bolsa) tal vez no deba entrar en un momento en el que las variables económicas no permitan anticipar un buen comportamiento bursátil. Pero ello no significa que deba comprar renta fija o cualquier otro activo, si no encaja en su perfil de rentabilidad-riesgo.

La Mutualidad nos permite mantener una línea muy estable en el tiempo y que se compara muy favorablemente con el conjunto de fondos de pensiones

La situación del mercado en estos momentos

Cuando un posible cliente se acerca hoy a una oficina bancaria en busca del clásico depósito para tratar de rentabilizar sus ahorros, probablemente quede muy decepcionado por el escaso rendimiento (interés) que el banco puede ofrecerle. Si, además, se trata de una renovación de un depósito anterior, la decepción puede convertirse en estupor. Y si, por añadidura, el último depósito que realizó fue hace tres o cuatro años, directamente podemos hablar de incredulidad.

Y es que los tipos de interés oficiales que marca el Banco Central Europeo, esa noticia que de vez en cuando oímos en televisión o leemos en prensa y que raramente asociamos con nuestra economía particular, se encuentran en mínimos históricos desde la introducción del euro. Ello tiene una influencia decisiva en la evolución del Euríbor, que es el tipo de interés medio al que las entidades bancarias están dispuestas a prestarse dinero entre ellas. Y este Euríbor, tan anormalmente bajo, es lo que determina, en el lado bueno de la balanza, que usted pague menos por su hipoteca y, en el lado malo, que pueda rentabilizar menos sus ahorros… al menos si lo quiere hacer con un depósito bancario o el conocido “plazo fijo”.

¿Por qué están los tipos tan bajos? Esencialmente la pregunta se responde muy fácilmente: porque la inflación está muy baja (de hecho, incluso negativa). Una inflación baja nos da información acerca de una economía que está decreciendo o no crece a buen ritmo. Podemos entender esto, de manera muy esquemática, si nos fijamos en la tremenda contención salarial de estos últimos años en España: la baja presión al alza de los salarios, derivada del elevado desempleo, es decir, de la escasa actividad económica, incide en un menor consumo de las familias y, por consiguiente, en menores presiones de subida de precios, o lo que es lo mismo, de la inflación (el famoso IPC, Índice de Precios al Consumo).

¿Para qué sirven los tipos bajos? Pues para tratar de potenciar al que se endeuda frente al que ahorra. Si debo pagar menos por mi deuda, tal vez sea el momento de pedir prestado para comprar a crédito una casa, un coche o montar una empresa. En suma, estaré dando más vida a la economía, creando riqueza en el sector de la construcción, de la industria o directamente empleo, según los ejemplos anteriores. Por el contrario, el hecho de que llevar mi dinero al banco resulte menos rentable, tal vez incentive otras formas de inversión, en particular la bolsa, con lo que facilito indirectamente la financiación de empresas que también crearán riqueza y empleo.

Obviamente, si la economía comienza a tomar más ritmo, es decir, si empezamos a crecer a tasas menos modestas que las actuales, se creará más empleo. Este empleo provocará un mayor consumo y mayores presiones salariales, es decir, más inflación. Y ello llevará, en algún momento, subidas de los tipos de interés, para evitar que el crecimiento del IPC pueda producir otro tipo de males (la pérdida excesiva de competitividad, y con ello de cuota de mercado, por encarecimiento de los costes de producción, por ejemplo).

La evolución de los tipos de interés determina pues que determinados activos resulten más rentables a la hora de ser adquiridos que otros: hemos visto el ejemplo de los depósitos. Pero ocurre igualmente con la renta fija, ejemplificada esencialmente por un producto de importancia capital en la Mutualidad: los bonos.

¿Qué es un bono? En su forma más simple, un bono no es sino un instrumento financiero que emite una corporación pública o una empresa para obtener financiación. A través de los bonos, el emisor se compromete a devolver el capital en un determinado plazo y a pagar unos intereses al comprador del mismo. En un contexto de tipos bajos, los bonos, salvo tensiones no exactamente debidas a variables fundamentales de la economía, también pagarán poca rentabilidad.

El proceso de inversión, según nos lo enseñaron nuestros mayores, obedece a normas muy sencillas: con tipos altos, compre bonos. Si bajan, compre bolsa. Y si bajan mucho, compre inmuebles. En cuanto a los depósitos, si bien es cierto que con tipos altos pagarán más, no es menos cierto que esos tipos obedecerán (insistimos, en condiciones “normales” de mercado) a elevadas inflaciones. Y esa inflación puede, literalmente, comerse la rentabilidad del depósito.

El ejemplo es sencillo: a día de hoy, la inflación interanual de España está en el 0,2%. Ello significa que si alguien contrata un depósito bancario, digamos al 0,5%, está ganando en términos reales la diferencia, es decir un 0,3%. Si España comienza a salir de la crisis y el IPC sube, digamos al 0,7%, la rentabilidad del depósito real será del -0,2%. En otras palabras, el cliente estará perdiendo dinero, toda vez que la rentabilidad que consigue es menor que el ritmo de crecimiento de los precios.

Tampoco invertir en estos tiempos en bonos parece lo más aconsejable, con carácter general. Sí es verdad que las rentabilidades que podemos obtener son más altas que las de un depósito. Pero los plazos son igualmente mayores. Comprar bonos españoles a diez años al 2,2% puede parecer una buena idea con inflaciones del 0,2% (2% de rentabilidad real, hecha la resta del IPC según vimos en el ejemplo anterior). Pero diez años es mucho tiempo. En ese plazo, los precios pueden situarse en tasas de crecimiento del 1%, 2%… o superiores. En ese caso, como hemos visto, la “pérdida real” nos puede acompañar durante buena parte de la vida del bono, hasta su cancelación. Y si bien es cierto que en cualquier momento podemos vender dicho bono, no debemos olvidar que la renta fija solo es fija si se mantiene hasta su vencimiento. Si la vendemos antes, el precio que nos paguen puede ser (y de hecho será, en un contexto de subida de tipos) más bajo que el que pagamos por comprarla. En suma, no ganaremos dinero por la vía de la baja rentabilidad frente a inflación y también podemos perder dinero por la vía de la revalorización del activo.

Las reflexiones anteriores “casi” nos obligan a comprar renta variable (acciones) o inmuebles. En estos casos, las consideraciones son no solo muy técnicas, sino, abiertamente, cuestión de la capacidad de asumir riesgos por parte del inversor. De perfil, en suma. En el caso de la renta variable, la cotización de las acciones puede sufrir grandes variaciones, mostrando una elevada sensibilidad ante cambios aún ligeros de la coyuntura. No es por tanto un activo adecuado para todos los estómagos. En el caso inmobiliario, los plazos de maduración y la iliquidez de estos bienes reducen buena parte del aliciente. Y si bien es cierto que tras el pinchazo inmobiliario los precios en España pueden resultar atractivos, no es menos cierto que la oferta es mucha, la competencia elevada y, con ello, las rentabilidades de los arrendamientos también son bajas.

Ante todas estas consideraciones, obviamente surgen muchas preguntas sobre “¿hacia dónde debo canalizar mis ahorros?”. Obviamente no existe una respuesta única a esta pregunta. De hecho existen tantas respuestas como perfiles de inversión de posibles inversores. Pero sí podemos comentar una alternativa válida, solvente y rentable: la Mutualidad de la Abogacía.

La rentabilidad será razonablemente estable en el tiempo, fruto de nuestra primacía en inversión en renta fija mantenida hasta vencimiento

La Mutualidad

¿Por qué la Mutualidad puede pagar estas rentabilidades?

En muchas ocasiones, nuestros mutualistas se nos acercan para preguntarnos ¿cómo es posible que la Mutualidad pueda mantener rentabilidades objetivamente buenas, si las comparamos con la inflación, y bastante estables en el tiempo? Esto es especialmente así en aquellos mutualistas que realizan la comparación frente a un depósito bancario, no tanto para aquellos que contemplan la bolsa como vara de medida: el año pasado, el IBEX 35 subió más de un 20%… ejercicio en el cual la Mutualidad reportó rentabilidades, que entendemos excelentes en el contexto actual de mercado, del 5.3%. ¿Cómo podemos explicar esto?

Como declaración de principios y, en aras de ser congruentes con lo anteriormente expuesto, debemos determinar el perfil de inversiones de la Mutualidad y, por extensión, de nuestros mutualistas.

En este sentido, el perfil de la Mutualidad es, en más de un 80%, renta fija. Este 80% se corresponde con la inversión que nuestra cartera de inversiones mantiene en bonos.

La interiorización del propio perfil nos permite ser fieles a nuestro objetivo de gestión, que podemos definir como maximización de rentabilidad en un entorno de riesgo reducido y siempre con capacidad para atender las necesidades de los mutualistas, en todo el espectro temporal.

Analizando por partes el apartado anterior y, comenzando por el final, “atender las necesidades de los Mutualistas, en todo el espectro temporal” significa que, obligatoriamente, nuestra visión contemplará el largo plazo, es decir, debemos ser capaces de cubrir las prestaciones de los mutualistas que así lo demanden tanto para mañana como en su futura jubilación. Nuestra estructura de cartera deberá pues ser lo suficientemente líquida (es otras palabras, fácil de vender) para responder a necesidades inmediatas y lo suficientemente estable como para poder prever con seguridad las prestaciones de dentro de una, dos, tres o más décadas.

Análogamente, “maximización de rentabilidad en un entorno de riesgo reducido” significa que acudiremos a comprar aquellos activos que, aportando unos rendimientos que permitan batir a la inflación a largo plazo, no expongan la seguridad de la cartera ni, en ningún caso, el pago de las prestaciones a los mutualistas a los movimientos del mercado.

Desde un punto de vista práctico, el perfil de renta fija nos habilita para atender a los dos supuestos mencionados, es decir, ser capaces de establecer la rentabilidad de nuestra cartera a vencimiento con una fiabilidad muy notable y una solvencia elevada, así como contemplar los requerimientos de nuestros mutualistas.

Llegados a este punto conviene mencionar que la Mutualidad no deja de ser un partícipe más de los mercados, que se ve afectada, como no podía ser de otra manera, por los movimientos en la cotización de los valores que conforman su cartera. Por ello, la cartera de la Mutualidad ha visto variaciones en su rentabilidad en estos años, aunque con mucha menos volatilidad (diferencias de un año para otro) que un fondo de pensiones equivalente. ¿Cómo es posible dar esta rentabilidad a los mutualistas, con esta volatilidad reducida? Confluyen básicamente tres factores:

  1. Tamaño y flexibilidad de cartera. En primer lugar, los fuertes flujos de entrada de liquidez, derivados de los cupones que pagan los bonos de manera recurrente, así como las aportaciones de mutualistas, nos posibilitan para adaptar la cartera a las nuevas coyunturas: en otras palabras, en un ciclo negativo en los mercados de bonos, es decir, en un entorno de subidas de tipos, podemos paliar en buena medida el efecto negativo sobre la valoración de nuestra cartera con las nuevas compras que entran en la misma. Análogamente, la posibilidad de realizar operaciones de gran volumen nos permite acceder a activos y precios de mercado a los que no puede llegar el cliente no institucional.
  2. Cálculo de rentabilidad. En segundo lugar, el cálculo de rentabilidad para las mutualidades difiere sensiblemente, por norma de la Dirección General de Seguros (DGS), nuestro regulador, de un fondo de renta fija: si en un fondo normal este cálculo se define como “valor de mercado dividido entre coste de los activos”, en las mutualidades sería “rendimientos (positivos o negativos) de los activos dividido entre el coste de los mismos”. Por ello, la Mutualidad debe tener unas reservas (denominadas “técnicas”) muy relevantes que permitan mantener la solvencia suficiente para dar esta rentabilidad. En otras palabras, si en un fondo normal el partícipe se ve afectado por las minusvalías en la valoración de los activos en cartera, en el supuesto de caída de los mercados, en una mutualidad se ve afectado, aparte de por la gestión más o menos acertada, solo en la medida que dichas minusvalías puedan representar un problema de solvencia para la Institución. ¿Por qué esta diferenciación por parte de la DGS en el cálculo de rentabilidad? Obviamente, por el fin social claramente diferenciado de las mutualidades frente a los fondos de pensiones comunes.
  3. Política de Inversiones. Hemos comentado que las disposiciones de nuestra política de inversiones priman en todo caso la renta fija. Pero además, debemos decir que esta renta fija, estos bonos, son adquiridos con ánimo de mantener la posición hasta vencimiento. Ello significa que, salvo que la empresa o el estado emisor del bono quiebren, la Mutualidad siempre sabrá qué rentabilidad puede esperar de su cartera.

Al mismo tiempo, como ya hemos comentado, la necesidad de poder atender a prestaciones en el futuro nos obliga a comprar bonos de largo plazo que son, obviamente, los que más rentabilidad pagan. Como ejemplo, un bono español a cinco años paga a día de hoy en el entorno del 0,9%, uno a 10 años el 2,2% y uno a 30 años el 3,5%. Duraciones más largas redundan por tanto en un mayor beneficio objetivo de nuestra cartera.

Asimismo conviene comentar que dentro de nuestra política de inversiones excluimos explícitamente la tenencia de activos complejos u operaciones en los mercados de derivados. Igualmente solo mantenemos el euro como moneda de cartera, lo que elimina riesgos en el tipo de cambio.

Todas estas acciones y políticas enmarcan pues una cartera de valores cuyas dos virtudes se pueden definir con las palabras de sencilla (escasa complejidad de los activos) y líquida (fácil enajenación de los valores, en caso necesario). Dos virtudes importantes, particularmente en mercados tan difíciles como los vividos en los últimos tiempos.

La Mutualidad puede dar buenas y estables rentabilidades aun en momentos “complicados” de renta fija como el actual

Nuestro estilo de inversión. ¿Por qué invertir nuestros ahorros en la Mutualidad?

Como norma general, debemos poner de manifiesto que la Mutualidad basa su estilo de inversión en dos pilares esenciales: la independencia de criterio y el ahorro de costes. Estas dos premisas nos permiten ser plenamente defensores de nuestros intereses ante terceros y competitivos frente a otras alternativas de inversión.

Este estilo nos permite mantener una línea muy estable en el tiempo y que se compara muy favorablemente con el conjunto de fondos de pensiones.

En ese sentido, todo aquel que se acerca a la Mutualidad debe tener claro que su inversión representa una participación en una cartera compuesta por activos sólidos y solventes. Asimismo la rentabilidad será razonablemente estable en el tiempo, fruto de nuestra primacía en inversión en renta fija mantenida hasta vencimiento.

Dados los puntos anteriores, la rentabilidad final que se puede otorgar estará muy ligada a la rentabilidad general de nuestra cartera de bonos. Por ello, en condiciones normales de mercado, la consistencia en la retribución a nuestros mutualistas es notable: raramente podrá superar un nivel objetivo del 6%, pero tampoco será inferior, digamos, a un 3,5%. El efecto final, en estimación prudente, estaría a día de hoy en el entorno del 4,5-5%, propósito al que no es fácil acceder, pero que sí es plausible. Insistimos que esta rentabilidad está inferida en condiciones de mercado razonables y manteniendo como ideal no solo la retribución al mutualista, sino continuar con la formación de cartera a largo plazo, para atender necesidades futuras.

Por todo ello, para aquel inversor que desee elevadas rentabilidades, propias de los ciclos positivos de bolsa, debemos decir que la Mutualidad no cumple su perfil. Como hemos comentado, raramente podremos otorgar más de un 6% de rentabilidad, y ello no significaría probablemente movernos en un mercado que se corresponda con un momento económico particularmente positivo. En ese sentido, todos los fondos de pensiones que mantienen elevados porcentajes en renta variable, es decir, en acciones, batirán incluso con gran diferencia a la rentabilidad que la Mutualidad pueda conseguir en un año de bonanza en bolsa. No obstante, estos mismos fondos pueden presentar (y de hecho presentan) rentabilidades negativas en años malos para los mercados bursátiles.

En el otro extremo, la Mutualidad puede dar buenas y estables rentabilidades aun en momentos “complicados” de renta fija como el actual. Nuestra cartera de bonos ya está comprada: la hemos ido construyendo a lo largo de los años. Quien compra hoy un bono español a 10 años está comprando un activo con una rentabilidad del 2,2%. Quien suscribe la Mutualidad, está comprando bonos españoles al 5,8%, 6,2%, etc., pero también bonos de corporaciones privadas al 5,5%, 6,2%, etc., adquiridos a lo largo del tiempo. En otras palabras, está participando en un 80% (la parte de bonos en cartera) en un mercado que ya ha pasado y que fue comprado a rentabilidades muy por encima de las actuales y, por ello, con un elevado colchón de seguridad en valoración, aun asumiendo la llegada (en algún momento) de un ciclo de subidas de tipos.

Por todo lo comentado, la Mutualidad se constituye como una excelente y solvente forma de ahorro a largo plazo, sin duda más rentable como plan de jubilación, a igualdad de aportaciones que la mayoría de comparables existentes en el mercado español, y con un grado elevado de seguridad. No somos una cuenta corriente o un depósito y en ese sentido no tenemos (ni queremos) su liquidez. No fluctuamos como una bolsa de valores y, en ese sentido, tampoco llegaremos a sus picos de rentabilidad. Pero si el perfil del posible inversor, por supuesto dentro de nuestro marco establecido en el mundo de la Abogacía, se corresponde con la prudencia, con la seguridad y con la rentabilidad moderada pero sostenida, este inversor, sin duda, puede ser uno de nuestros mutualistas.

La Mutualidad basa su estilo de inversión en dos pilares esenciales: la independencia de criterio y el ahorro de costes

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#Mercados: Rebajas de primavera en los mercados

Es posible que, con mayo ya bien empezado, buena parte de los inversores estén pensando en el clásico “vende en mayo y vete” -en inglés, reconozcámoslo, suena más pegadizo-, lo que imprime un cierto aire de interinidad a todas las subidas bursátiles. En ese contexto, nos surge la pregunta: ¿es posible encontrar oportunidades de mercado en esta primavera?

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