Cerramos un mes de septiembre que, por lo que toca a los mercados financieros, entraría en esos periodos que podemos catalogar como “para olvidar”: la renta fija sigue bajo la presión de unos tipos de interés cuyo “momento de llegada”, es decir, el nivel que entendemos que sería el máximo de ciclo, no ha parado de subir. Por su parte, la renta variable mantiene un tono abiertamente negativo propio de una situación macro que, de manera cada vez más evidente, descuenta un escenario de recesión, siquiera de manera técnica, en las principales economías mundiales.
Todo parece muy, muy negro en un momento en el que incluso la geopolítica da un giro, a peor, de la mano de una escalada dialéctica -esperemos que no práctica- con relación al posible uso de armamento nuclear por parte de Rusia, en Ucrania. La difícil situación militar (por no hablar de económica) por la que atraviesa la antigua superpotencia, arroja múltiples variantes con respecto a la evolución de un conflicto que, aparte (y en primer lugar, obviamente) de una tragedia humana, mantiene una elevada incertidumbre en mercados tan vitales como la energía y materias primas.
No está de más comentar que, en pleno proceso inflacionista, la reciente publicación del plan de estímulo fiscal en el Reino Unido tuvo un efecto realmente letal sobre los mercados financieros, de manera muy concreta en el caso británico, con la libra desplomándose y el bono a diez años subiendo casi cien puntos básicos. El posterior anuncio del Banco de Inglaterra, en el sentido de que recomprará parte de la deuda del país, alivió en parte los efectos, si bien introduce nuevas incertidumbres. Esencialmente ¿se puede congeniar una política monetaria expansiva con una lucha decidida contra la inflación?
A pesar de ello, en momentos tan oscuros (y antes de recurrir al efecto balsámico de traer a colación frases de Churchill), conviene no dejarnos llevar por una coyuntura, ciertamente complicada, y tratar de desentrañar dónde está la clave de bóveda, el punto esencial cuya solución o mejora pueda empezar a arrojar luz en la situación macroeconómica y, por ende, en los mercados financieros. Y lo cierto es que existe esa clave de bóveda. Y se llama, naturalmente, inflación.
El principal problema al que nos enfrentamos a día de hoy (asumiendo que no estamos al borde de una guerra nuclear), es que la inflación sigue descontrolada, a pesar de que el proceso de subida de tipos de interés está en curso. Peor aún, determinados datos macroeconómicos, especialmente en los EEUU, siguen mostrando una fortaleza que, literalmente, llama la atención, como es el caso del sector inmobiliario.
Dicho eso, la estructura de las curvas de deuda no deja lugar a dudas: pendientes negativas. Esto es, el mercado descuenta que, a corto plazo, los tipos van a subir de manera muy importante (volveremos sobre este punto en seguida). Pero lo que viene después es una economía muy enfriada (tómese el término como eufemismo de recesión). Es decir, un ciclo, futuro, de bajadas de tipos.
La cuestión, claro está, estriba ahora en hasta dónde van a subir realmente los tipos de interés que descuentan las curvas. Y la respuesta es evidente: hasta donde marque la inflación. Por tanto, la misión básica, a día de hoy, es contener la subida de precios. Y a ello se están aplicando los bancos centrales.
La buena noticia que reside en todo esto- sí, incluso en esta situación hay buenas noticias- es de carácter doble: la primera, evidente, es que las autoridades monetarias son plenamente conscientes de que el enemigo a batir, ahora, se llama inflación. Ello significa asumir pérdidas que, en este caso, se pagarán en términos de crecimiento. Por ello, 2023 será, muy probablemente, un año muy complicado de economía real.
La segunda cuestión son los mercados financieros. Con tipos altos, las pérdidas de valoración de renta fija y variable son cuantiosas. También lo son las oportunidades, especialmente en los mercados de bonos. Pero todo esto tendrá un final. Y ese final comenzará a llegar cuando la inflación muestre signos de contención. En ese momento, las curvas comenzarán a relajarse, la renta fija bajará sus rentabilidades y comenzará a verse con más nitidez las posibilidades de la renta variable. No olvidemos que los mercados descuentan situaciones futuras de macroeconomía. Su carácter negativo actual es un mal síntoma para el futuro inmediato. Pero eso cambiará, tan pronto derrotemos a la inflación. Y en el momento en el que eso suceda, comenzará una nueva partida, diferente del mundo líquido de los tipos bajos y la globalización sin límite, un mundo probablemente más viscoso en precios y relaciones comerciales, pero un mundo sin duda más luminoso de lo que ahora mismo podemos atisbar. Mientras tanto, prudencia, paciencia…y aprovechar las oportunidades del mercado… que hoy son de renta fija.