Es muy posible que, en estos días, estemos andando los últimos pasos para coronar la cumbre de tipos de interés que comenzamos a escalar hace poco más de un año. Encordada a los EEUU, que lideran la marcha, Europa tardará un poco más en llegar a la cima. Pero, salvo que aparezca una tormenta de nieve inesperada -y quién puede decir que no suceda algún imprevisto- todo parece indicar que dicha cima será alcanzada en plazos muy breves.
En el caso de EEUU el plazo puede ser tan breve como que ya hayamos llegado al techo. Es decir, que la reciente subida de veinticinco puntos básicos en los tipos de interés sea la última de este ciclo, con lo que la referencia estadounidense quedaría en el margen 5%-5.25%. En líneas generales, todos los indicadores macro parecen indicar un freno en la actividad económica de Norteamérica que, aunque mucho menos pronunciado que lo que estimábamos el otoño pasado, debería ser suficiente para continuar en la senda de normalización de precios.
Conviene decir que la actual turbulencia bancaria en EE.UU., aunque radicalmente distinta en concepción, intensidad y alcance que la crisis de Lehman, está actuando proactivamente a favor de acercarnos al final del ciclo de subida de tipos: el endurecimiento de las condiciones de crédito bancario es ya una realidad en el mercado financiero del Nuevo y del Viejo Mundo, según ha reconocido la propia gerente del BCE, Christine Lagarde. En todo caso, por seguir el símil montañero, supone una vía directa y rápida para acelerar la llegada a la meta, en tanto en cuanto representa el multiplicador más importante para el crecimiento y la actividad económica y, por lo tanto, también para la inflación. Su contracción, aunque una pésima noticia para determinadas variables, como el consumo y la inversión sin ir más lejos, resulta un alivio para atajar la escalada de precios y, en ese sentido, un aliado no por incómodo menos interesante para los bancos centrales.
En todo caso, en el Viejo Continente, las cosas, como en palacio, van más despacio: el IPC general, de hecho, subió ligeramente con el último dato publicado, aunque lo más preocupante viene por el lado de la inflación subyacente. Sin duda terminará corrigiendo, en la medida que las cadenas de producción vayan relajando sus costes. Pero tardará algo más de tiempo. Por otra parte, observamos una dicotomía entre la evolución del sector manufacturero (deteriorándose) y el de servicios (con datos más positivos), que deberían tender a converger…a la baja. Ello marca, en principio, un horizonte también de contracción de actividad y, lógicamente, de precios más contenidos.
En el mundo de la macro, en el que lo bueno (crecimiento) puede convertirse en malo (inflación descontrolada) no está de más recordar el buen comportamiento que está teniendo el mercado laboral, en un contexto de clara desaceleración económica. De hecho, lo que estamos viendo es un ajuste de libro, de esos que, por académicos, raramente se producen en la práctica: con carácter general, las empresas están amoldando el empleo por la vía de la reducción de salarios. Ello se debe a que la elevada inflación se está trasladando más rápidamente a los ingresos de las compañías que a las nóminas de los trabajadores. El efecto final es que el sector privado no se ve en la tesitura de realizar despidos masivos, como ocurre cuando los costes se incrementan, sin margen de ajuste salarial. Dicho en román paladino, el empleo se resiente menos, de la mano de unos trabajadores más pobres, en términos reales.
Naturalmente, todo esto tiene una implicación directa en los mercados de activos. A pesar de las palabras del presidente de la Reserva Federal, Sr. Powell, en el sentido de que no es de esperar que veamos bajadas de tipos de interés este año, la realidad es que se puede estar algún tiempo en la cumbre, pero no indefinidamente. Y, desde ahí, solo hay un camino: descender. A día de hoy, esto no está en precio en las curvas de deuda, ni de EE.UU. ni aún menos de Europa, donde el BCE seguirá un tiempo, como decíamos, a golpe de crampones y piolet. Pero llegará -no mañana, probablemente no de manera inmediata, pero sí en unos meses- el momento en el que los inversores descuenten que hay que volver al campamento base. En ese momento, la renta fija, en general, comenzará a tomar valor, lo que significará que las rentabilidades actuales habrán constituido una buena oportunidad de compra. En cuanto a la renta variable, tal vez haya que esperar a ver cómo es el descenso hacia el valle: cuanto más rápido sea -cuanto más se deteriore la economía- tanto peor, en el corto plazo. En ese sentido, no está de más un poco de precaución.