#Mercados: La hora de los bancos centrales

En algunas ocasiones, nos hemos referido al papel de los bancos centrales durante la última década y media como la versión actualizada, a nivel económico, del Emperador Aureliano, el “Restaurador del Mundo” (Restitutor Orbis).  Sin duda, las actuaciones de la Reserva Federal o del BCE han sido esenciales para devolver el orden a los mercados tras la crisis de Lehman de 2008, las turbulencias de la deuda periférica en 2010-2012 o los peores momentos del Covid, en 2020.

Naturalmente, el papel de salvadores del mundo tiene un coste, como lo tuvo para Aureliano (bastante trágico, en su caso). En este caso no se trata de que ruede la cabeza de un emperador, sino que se estableció una dependencia absoluta de las finanzas mundiales en las sucesivas y masivas inyecciones de liquidez de los bancos centrales. Durante casi quince años, esta situación ha mantenido un equilibrio entre mercados, deuda y macroeconomía más que notable, en términos de estabilidad financiera. En realidad, la inflación -que la teoría económica ortodoxa infería que debía producirse- no afectó decisivamente a los precios de los bienes y servicios, sino, en buena medida, a la cotización de los activos financieros, tanto de renta fija como variable. Y así fue hasta el año pasado.

Los desajustes entre oferta y demanda originados por la pandemia establecieron el punto de partida de una inflación que, el tiempo, ha revelado como muy superior a cualquier expectativa.  A día de hoy, no cabe ninguna duda de que durante 2021 los bancos centrales estuvieron situados “muy por detrás de la curva”, es decir, no midieron las subidas de tipos en relación con el alza de los precios. En este contexto, como todos sabemos, la Guerra de Ucrania ha empujado aún más la inflación, singularmente la energía, en el mismo sentido. Todo ello ha espoleado a las autoridades monetarias para subir los tipos de interés, de manera acelerada.

Ésta es en esencia la situación actual. Parece claro y evidente que los bancos centrales han asumido que reducir la inflación es el objetivo absolutamente prioritario en el corto plazo, a despecho de cualquier inferencia que ello pueda tener (es decir, inferencia que va a tener) en términos de crecimiento económico a nivel global.

Por supuesto, los mercados financieros descuentan esta vorágine alcista de precios con prontitud. Esto es lo que ha llevado a las rentabilidades de las curvas de deuda varios escalones por encima de las cotizaciones de principios de año y a un aplanamiento más que notable que, sin duda, infiere que las actuaciones de hoy se reflejarán en los problemas de crecimiento futuro.

El problema, de momento, es que aún no vemos signos claros de que las primeras medidas monetarias llevadas a cabo por FED o BCE estén teniendo un efecto claro sobre la inflación. Por ello, cada nueva reunión de los principales organismos monetarios mundiales viene precedida, desde hace meses, por una expectativa de subida de tipos superior a lo inicialmente previsto, en la sesión anterior. Éste es el caso sin duda de la próxima cita, el miércoles 21, de la Reserva Federal.

En ese contexto, las previsiones son que la FED suba 75 puntos básicos los tipos de interés, aunque cada vez más voces opinan que la subida podría llegar al 1%, algo realmente poco común. También existe un cierto consenso en que los niveles de llegada de tipos del BCE se han incrementado entre 50 y 100 puntos básicos.

Estas actuaciones parecen enmarcar un escenario no especialmente agradable para la economía real, en los próximos meses, en línea con lo que hemos comentado que ya descuentan las curvas de deuda. Tampoco pone las cosas fáciles a los mercados financieros en términos de visibilidad, si bien las cotizaciones de la renta fija establecen un punto extraordinariamente interesante de entrada, para aquellos inversores que dispongan de efectivo.

No obstante, conviene recordar que los mercados financieros descuentan el futuro con prontitud. Ello parece especialmente significativo, en el momento actual, en el caso de las curvas de deuda. En otras palabras, el éxito de los bancos centrales en su lucha contra la inflación se reflejará de manera casi inmediata en la valoración de dichas curvas, algo que también afectará a la renta variable, en la medida en la que se consiga mitigar los efectos de una eventual recesión.

Por ello, estamos de nuevo en la hora de los bancos centrales. Una vez más, la economía global y los mercados estamos en sus manos. Y si fue entendible que dichos organismos no adelantaran las subidas en 2021, por miedo a cortar el ciclo de recuperación, hoy un error en el cálculo de contener a los precios puede ser decisivo para determinar el ciclo a medio plazo. En ese sentido, mucha expectación y, dado el pasado reciente (otra vez, restitutor orbis), razonable confianza.

 

 

 

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