Durante el presente 2024, hemos ido observando cómo la inflación, el gran problema macro de los últimos tres años, ha ido dando paso al crecimiento como principal fuente de preocupación de los inversores. En esa misma línea, la política monetaria, la que realizan los bancos centrales, tan relevante por tantas causas, va dejando cada vez más espacio a la política fiscal, la que realizan los gobiernos. Y aquí entra la futura y nueva administración americana.
Desde el punto de vista estrictamente económico -obviando temas tan importantes para economía y mercados como puede ser la geopolítica-, la cuestión más relevante es hasta qué punto Donald Trump va a implementar un programa de máximos, en materia económica. Históricamente, casi siempre alguna de las cámaras -Congreso o Senado- ha podido ejercer un cierto control sobre los designios de la Casa Blanca. Tan sólo durante alguno de los mandatos de Roosevelt, Johnson y Obama, las dos cámaras simultáneamente (y la mayoría del Supremo) han tenido el mismo color o tendencia política que el presidente. Esto mismo ocurrirá a partir de la toma de posesión de Trump. Y lo que el mundo se pregunta es si el nuevo presidente, una vez que vuelva a pisar la moqueta del Despacho Oval, será la misma persona que ha sido como candidato a la presidencia, pero con todo el poder en sus manos…o tal vez no todo.
A día de hoy, tan solo Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, con quien, por cierto, Trump ha tenido ya varios desencuentros, puede resultar un obstáculo en los designios del nuevo/viejo mandatario estadounidense. Y si bien es verdad que la política monetaria, como decíamos más arriba, ha perdido protagonismo frente a la política fiscal, es posible que las propias decisiones de la nueva administración en materia económica reaviven este protagonismo. Nos explicamos.
El partido Republicano se ha presentado a las elecciones con un programa económico caracterizado por dos variables muy definidas: Por una parte, realizar una expansión fiscal muy amplia, de la mano de una rebaja impositiva generalizada a particulares y empresas. No parece que esta expansión venga de la mano de una contención del gasto público. En el mejor de los casos, si triunfa su programa de optimización del coste de la función pública, veremos tal vez una reasignación de gasto, no reducción. En resumen, más combustible para la economía estadounidense, de la mano de un mayor consumo esperable, ante un aumento de las rentas.
Por otra parte, la segunda variable estrella del programa económico, son los aranceles. Por definición, la imposición de aranceles es una política que favorece la subida de inflación, bien por parte externa (consecuencia del incremento de los precios de los productos importados), bien por parte interna (desplazamiento de la demanda hacia productores menos competitivos). En otras palabras, los dos ejes de la política económica de Trump si se aplican con el máximo rigor convergen en una vieja variable conocida: inflación.
Naturalmente, el mercado ha comenzado ya a reaccionar antes este posible escenario de mayor tensión en los precios, derivado de un recalentamiento de la economía con una inflación no del todo embridada. Podemos observar este movimiento en las curvas estadounidenses de deuda, que vuelven a aplanarse y, sobre todo, a subir de rentabilidad…hasta niveles ciertamente preocupantes, concretamente el 4.5% de TIR en el bono a diez años. Por su parte, las curvas europeas han visto como aparecen pendientes positivas, por una subida relativa mayor de los tramos largos frente a los cortos. Es decir, el mercado espera bajadas de tipos en Europa, que palíen la caída de actividad que sería esperable si, en unas economías netamente exportadoras, comienza una guerra comercial con Norteamérica.
Por lo tanto, otra vez tenemos a la política monetaria, a los bancos centrales, actuando como bomberos de la economía, tratando de darle aire (Europa) o, tal vez, quitárselo (EE.UU.). Y decimos “tal vez” porque lo más probable, salvo datos macro de actividad sorprendentemente al alza a corto plazo, es que la Fed baje tipos en diciembre, de acuerdo con la hoja de ruta pre-Trump de normalización monetaria. A partir de ahí, vendrá el dilema, que dependerá en buena medida del alcance de las nuevas políticas fiscales que se implementen. El dilema, en EE.UU., está claro. Porque en el caso europeo, a fuer de sinceros, la experiencia nos dice que el BCE y, en suma, la política monetaria, es el eje conductor y al mismo tiempo medicina de la economía, ante la ausencia de una política fiscal conjunta eficaz. En todo caso, tiempos de incertidumbre, que suelen ser los mejores para aprovechar oportunidades de inversión, si vemos correcciones significativas, tanto en renta fija por temor a una inflación renovada, como renta variable, por temor a un crecimiento menos sólido.