La relajación de la recuperación macroeconómica comienza a hacer mella en el ánimo inversor, cuyo principal leit motiv, las expectativas, empiezan a ser revisadas a la baja. Por supuesto que estamos en una fase de crecimiento. Pero todo parece indicar que no va a ser tan fuerte, a nivel global, como podíamos pensar en el mes de junio.
Y es que la incertidumbre con respecto a la pandemia sigue siendo la correa de transmisión de las malas noticias financieras. La falta de avances en relación a las vacunas en la última semana, unido al empeoramiento de los datos de contagio en muchos países, singularmente en España, están motivando un nuevo paso de los inversores a situación de prudencia. En ese sentido, en estos días hemos observado caídas generalizadas de bolsas y algo de compras en deuda pública, esencialmente de aquella que aún paga algo. Italia, por ejemplo. La inferencia de ello está clara: El mundo no se va a acabar. Las instituciones, singularmente los bancos centrales, van a estar ahí para inyectar los analgésicos necesarios. Pero la recuperación no va a ser fácil. En ese sentido, todas las empresas “de ciclo” se siguen moviendo en zonas complicadas de cotización. Cuando a ello se une, como la semana pasada, ventas en los sectores “growth”, singularmente en tecnología, el ánimo cae aún más.
Con el permiso de los PMI´s que se publican esta semana a ambos lados del Atlántico, y pendientes de la evolución del Covid, no es de extrañar que la volatilidad de los mercados vaya aumentando a medida que nos aproximamos a la fecha de las elecciones estadounidenses, verdadero jalón en el recorrido de los mercados antes del final de ejercicio. La realidad es que, a día de hoy, no está nada claro el nombre del próximo inquilino de la Casa Blanca: las encuestas dan un cierto margen a Biden. Las casas de apuestas a Trump. No queda sino esperar.
No está de más señalar en este contexto el peor comportamiento relativo que está mostrando España en todos los órdenes, y que puede resumirse en el empeoramiento que la agencia de calificación S&P ha realizado del rating de nuestro país, poniendo el “outlook” en negativo, aunque seguimos conservando la “A”. Por un lado, los datos de pandemia están siendo significativamente peores que los de los países de nuestro entorno, algo que habla bien a las claras de un problema integral de gestión. Por otro, la agencia de calificación ha explicitado mención especial a la necesidad de ahondar en nuevas reformas estructurales para no perder el tren económico. Es más, S&P ha alertado de la posibilidad de bajar el rating si se produjera una derogación de las reformas aprobadas en el pasado, un toque de atención, por ejemplo, con la reforma laboral. Sin duda, el panorama político español actual no favorece la toma de decisiones importantes, por la ausencia de un gobierno fuerte. Entre eso, las posibles nuevas medidas de restricción por el Covid y el hecho de que la pandemia haya afectado de manera singular a uno de los principales sectores de nuestra economía, el turismo, el panorama a corto plazo no es especialmente alentador.
Por todo ello, máxima prudencia inversora en los próximos tiempos. Se enciende una cierta luz de esperanza, a corto plazo, en la medida en la que es muy posible que veamos nuevos estímulos fiscales en EE.UU. Una vez más, los mercados necesitados de su dosis habitual de cariño, que delimita una dependencia realmente cara y cada vez con menos afecto. Perdón, con menos efecto. O ambas cosas. No obstante lo anterior, estos movimientos siempre dan oportunidades. Y el final del camino no puede ser otro que un mundo en el que la pandemia no sea el asunto central. Cuánto tardará en llegar es, sin duda, la principal incógnita, hoy.