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8 julio 2021

Los mercados también necesitan vacaciones.

Cerramos la primera mitad del ejercicio 2021 en un contexto macroeconómico y de mercados claramente distinto que el vivido hace un año. 

La realidad es que, tanto la evolución de la economía como la inferencia que los inversores han hecho de la misma, nos han llevado a tener un semestre francamente bueno, especialmente por lo que se refiere a renta variable. De hecho, tan bueno que buena parte de los agentes económicos se preguntan si no será necesario algún tipo de respiro.

Porque, llegados a este punto, conviene tener presente que los mercados financieros están instalados en un elevado nivel de valoración, que viene soportado por unas variables difícilmente mejorables: Macroeconomía en expansión, fuerte incremento del empleo, y tipos de interés bajos y muy controlados por los bancos centrales. Además, la inflación, aunque ha aumentado notablemente, en parte como consecuencia de esta normalización económica y, también en parte, por la aparición de cuellos de botella, propios de un crecimiento acelerado, parece que no ejerce un efecto tan distorsionador como podía parecer hace semanas. En buena medida, ello se debe a que los inversores han comprado, de momento, el argumento de las autoridades monetarias de que las subidas de precios, sin duda elevadas, tienen un marcado carácter coyuntural.

Todo ello nos lleva a vivir un momento con un nivel complacencia ciertamente elevado: no parece previsible  a corto plazo un hundimiento general de la macro, un endurecimiento de las políticas monetarias o un rebrote de la pandemia, que obligara a adoptar nuevos y serios confinamientos. En ese sentido, relativa tranquilidad.

El problema en todo caso es que, instalados en ese nivel de complacencia, es complicado mejorar las condiciones de tal manera que encontremos nuevos catalizadores al alza, es decir, mejorar una situación de por sí, muy buena. Y, en ese sentido, pueden empezar a aparecer dudas en los mercados, no tanto con la visión positiva general, sino con la evolución en el corto plazo. Al fin y al cabo, el año está siendo muy bueno en bolsa, como decíamos. Y no son pocos los que opinan que, en cierta medida, conviene no arriesgar lo ya ganado.

Porque, además, está el verano: una época con buena parte de los equipos de inversión de vacaciones y con volúmenes de contratación considerablemente menores y que, por tanto, tienden a magnificar los movimientos de valoración…para bien o para mal. No es difícil recordar periodos estivales que han supuesto cambios en la evolución bursátil del año. En buena parte, estas variaciones tienen a corregirse con la vuelta del curso natural, a partir de septiembre. Aunque depende de cada perfil inversor hasta qué punto conviene correr el riesgo.

Por todo ello, comienzan unas semanas de cierta inseguridad, que tiene menos que ver con los fundamentales que con el momentum de ejercicio. Todos necesitamos vacaciones y, el mercado, como expresión de los inversores, probablemente también. Sobre todo teniendo en cuenta que en el otoño habrá que retomar determinados temas comprometidos a la hora de decidir la asignación de activos, el más importante de los cuáles será el tapering, es decir, la vía de reducción de compras de bonos por parte de los bancos centrales. En principio, este tapering, si se produce, debería depender en entidad de cómo estén normalizando las economías sus niveles de producción y consumo. Y, en este punto, conviene resaltar que todo parece indicar que vamos a vivir un periodo vacacional de importante gasto, por parte de los particulares. Es decir, de algo más de presión por el lado de la inflación.

El corolario que podemos inferir de todo ello es…prudencia. En buena medida, invertir en acciones ya no es el “tirar a balón parado” del año pasado. Y, aunque los beneficios empresariales se infieren muy positivos, habrá que ver cómo se comporta el multiplicador, muy ligado a la evolución de la inflación. En cuanto a la renta fija, en un escenario en recuperación macro y normalización monetaria, cabría esperar un cierto repunte de rentabilidades y algo más de pendiente en las curvas de deuda. En resumen, empeora la valoración, pero se podrá comprar mejor. En ese contexto, a la prudencia, en la inversión en bonos, conviene añadir ciertas notas de paciencia. Algo que, por otra parte, se ve favorecido por un verano de por medio, esperemos que más tranquilo que el anterior.

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