Los mercados, de momento, han comprado el argumento de los bancos centrales

Probablemente haya que retrotraerse al famoso anuncio de Mario Dragui de verano de 2012 (whatever it takes...), para encontrar un nivel de confianza siquiera similar al que muestran los inversores, a día de hoy, hacia los bancos centrales. Porque la semana pasada ha sido un auténtico paradigma de esta confianza, a ambos lados del Atlántico.

Comenzando con el Nuevo Mundo, todo hacía prever que el dato de IPC estadounidense iba a ser alto: Se esperaba un 4,7%, de hecho. Este nivel tan elevado se debe a tres factores, en esencia: el efecto base, con respecto a la situación de inflación del año pasado, la subida del precio de la energía y los recalentamientos propios de un crecimiento acelerado, con fuerte demanda, que suele provocar cuellos de botella, habitualmente inflacionistas.

No obstante, la realidad superó a las expectativas con un registro final interanual del 5%, nivel no visto desde la crisis de Lehman (2008), y un dato para el IPC subyacente del 3,8%. En este último caso, hay que remontarse a 1992 para ver estos baremos. Es decir, desde las olimpiadas de Barcelona ¿recuerdan?

En un mundo clásico, es decir, antes de que los bancos centrales comenzaran sus extraordinariamente expansivas políticas monetarias, un dato como ése habría significado el automático repunte de las curvas de deuda, y un notable incremento de las expectativas de subidas de tipos. La realidad es que no solo no se produjo algo parecido, sino que, de hecho, el bono a 10 años estadounidense redujo su rentabilidad. ¿Cómo es esto posible?

La respuesta casi nos la puede dar lo ocurrido a este lado del charco: En su reunión mensual, el BCE dejó bien claro, una vez más, que no habrá retirada de estímulos (mucho menos, subida de tipos) hasta que no haya una recuperación sólida y cimentada. En esta misma reunión, Christine Lagarde comentaba las nuevas previsiones macro y de inflación para este año y siguientes: todas estas previsiones han sido revisadas al alza. Aún así, no se va a pisar el freno monetario. Crecimiento económico y tipos bajos sine die: el paraíso del inversor en bolsa.

En resumen, comprendiéndolo todo, tenemos una macroeconomía -con alguna salvedad, en forma de los datos de empleo en EE.UU.- francamente potente (lo que incide en una expectativa de beneficios empresariales elevada), un crecimiento de precios disparado, y unos múltiplos de cotización en máximos, pero sostenidos por el clavo del que todo cuelga, a efectos del mercado: los bajos tipos de interés y la palabra de los bancos centrales de que esto va a seguir siendo así.

El corolario de todo ello no puede ser otro que, mientras se mantenga esta confianza, va a ser muy difícil llevar la contraria a los alcistas en bolsa. Incluso los bonos han experimentado un mini rally de valoración, en las últimas semanas. En ese sentido, las autoridades monetarias mundiales, que han rescatado en varias ocasiones a la economía en la última década, se erigen ahora como la vanguardia de los mercados financieros.

Evidentemente, esta situación puede cambiar. A largo plazo sin duda, a través de una normalización monetaria, a medida que nos separemos más de la crisis del Covid-19. A corto plazo, si los elevados datos de precios persisten, pueden aparecer grietas en el pensamiento general en forma de que, al final de todo, la inflación no está siendo tan coyuntural como nos dicen los bancos centrales. Probablemente, este es el riesgo más alto que podemos tener en el corto plazo, y el punto que marcará la diferencia, a nivel de mercados, para tener unas más o menos tranquilas vacaciones de verano.

Por todo ello, muchas bolsas llamando a las puertas de máximos históricos o, al menos, de ciclo, y bonos en zonas de niveles prepandemia. Es decir, mucha complacencia que puede verse afectada por algún cambio muy significativo en los mensajes de los bancos centrales. Un tapering fuerte en EE.UU., por ejemplo. No obstante, todo parece indicar que la recuperación económica, una vez encauzada la normalización sanitaria, es la guía de actuación de gobiernos y, especialmente, de las autoridades monetarias. En ese contexto, aunque el futuro sea más complicado para los mercados que el presente, no conviene subestimar el poder de la fuerza de los bancos centrales.

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