Puede parecer contraintuitivo el comentario que abre este artículo pero, a decir verdad, en las últimas semanas los datos económicos están mostrando una fortaleza que justifica los niveles a los que han llegado los índices bursátiles y, en cierto sentido, también el moderado repunte de las rentabilidades de la deuda. En este último caso, como sabemos, si no se ha producido un mayor impacto se debe a la actuación expansiva, absolutamente comprometida con la recuperación económica, de los bancos centrales.
Todo eso no solo está muy bien: es, de hecho, esencial, para permitir a los mercados financieros una evolución favorable, en el medio plazo. No obstante, tras un recorrido realmente espectacular de las bolsas en los últimos seis meses, algunos puntos relevantes, de tonalidad oscura, empiezan a aparecer en el horizonte inversor.
Lo primero es que el propio éxito de la macro pueda generar distorsiones en el corto, incluso en el muy corto plazo, por medio de una inflación por encima de lo esperado. Los datos macroeconómicos que se prevén para mayo son claramente positivos. En algunos casos, especialmente en EE.UU., excepcionalmente positivos. Si esas expectativas no solo se cumplen, sino que se ven superadas (y quién puede decir que no, tras lo visto en las últimas semanas), es posible que el temor a un incremento de precios no contenido ejerza presión sobre la curva de bonos y ésta, a su vez, sobre el multiplicador bursátil. Un escenario de corrección en bonos y acciones, en suma.
Ésta tesis que, de momento no cotiza, se ve respaldada por el reciente anuncio del Banco de Canadá, el primero que admite que, de seguir así la recuperación, es posible que se vea obligado a subir tipos en la segunda mitad de 2022. Queda mucho, sin duda. Y ojo, hablamos de una buena noticia: la normalización económica. Pero está por ver cómo se podría tomar el mercado no tanto un anuncio similar en la FED (bastante improbable, por cierto), sino un incremento de las expectativas de que pudiera producirse dicho anuncio.
La segunda cuestión es que el propio impulso inversor empieza a dar alguna muestra de agotamiento. Lo hemos visto primero en emergentes. También España, con un índice cíclico, lo está viviendo en las últimas sesiones. Y, para colmo, llega mayo. Sell in may, and go away.
Por todo ello, cierta precaución en el muy corto plazo que respondería, si se produce, a un posible ajuste del mercado en su espectacular devenir desde prácticamente las elecciones estadounidenses de noviembre pasado. Dicho eso, la posibilidad de una fuerte caída en 2021, con las previsiones actuales, es relativamente baja. Y ello se debe, de nuevo y en buena medida, a los bancos centrales.
Porque tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo tienen muy claro cómo se puede combatir la inflación: Lo han hecho durante décadas, con más que razonable éxito: basta con subir tipos, meter a la economía en un bajo crecimiento (incluso recesión) y ya tienes los precios contenidos. Capítulo uno del manual. El tema es que tanto la FED como el BCE llevan más de una década buscando inflación. ¿Resulta verosímil que, cuando por fin la alcanzan, se dediquen a combatirla, con absoluto denuedo, desde su misma génesis?¿O es más probable que la dejen correr un tiempo, aceptando que la propia dinámica económica y la fuerte corriente deflacionista mundial de fondo (globalización, envejecimiento poblacional, tecnología, etc.) terminará por moderarla?
En resumen, estamos ante uno de esos casos en los que, probablemente, resulta menos atrevido hacer una inferencia a unos meses que a unas semanas vista. Porque, repetimos, entramos en mayo. Y la tradición, cuenta. Aunque, es cierto, el coronavirus ha cambiado el mundo lo suficiente para, tal vez, abrir nuevas tradiciones. En todo caso, prudencia.