Dentro de la complejidad de los mercados financieros, resulta cuando menos curioso que, cada ejercicio económico, suele tener una palabra que se convierte en algo así como el leitmotiv del año para inversores y analistas. La de 2020, desde luego, fue “incertidumbre”, que no es muy original, pero responde perfectamente al año vivido. Para este 2021 todo apunta a que el vocablo estrella será “inflación”. Otro término bastante convencional y además, en este caso, con connotaciones realmente sorprendentes.
Y es que llevamos años buscando la inflación. En los viejos tiempos, es decir, antes de Lehman Brothers, se usaba la analogía de “medidora de la temperatura de la economía”. Algo así como las siete y media de Don Mendo (“…y el no llegar da dolor, pues indica que mal tasas y eres del otro deudor. Mas ¡ay de ti si te pasas!: Si te pasa, ¡es peor!”). Pues bien, parece que ahora podemos tener inflación a la vista. Recuperación a la vista. Y eso, el mercado, siempre tan sensible, lo puede llevar curiosamente regular.
Vaya por delante que salir de la crisis y de la parálisis en la que en buena medida aún nos encontramos, no puede ser sino una buena noticia. Hablamos no solo de mercados. También hablamos de crecimiento, de empleo, de consumo. De normalización de la vida social y económica, en una frase. En ese sentido, no es la buena marcha de la economía lo que puede tensionar a los mercados de activos, sino los desequilibrios que se pueden producir.
Porque, no lo olvidemos, de la crisis de deuda de 2008-2012 y de la actual emergencia del coronavirus, vamos a salir con unos niveles realmente astronómicos de deuda. Una deuda necesaria para poder sufragar los enormes déficits generados por el incremento del gasto y la bajada de ingresos fiscales asociados a la pandemia. La gran ventaja es que, con los bancos centrales perfectamente alineados en no dejar colapsar al mundo, los tipos de interés con los que afrontamos este endeudamiento son no ya históricamente bajos sino en muchos casos, negativos. Con la inflación en niveles subterráneos y con una tendencia generalizada mundial hacia cierta deflación (la globalización, el envejecimiento poblacional, y el uso intensivo de tecnología son fuerzas deflacionistas de primer orden), estos tipos de interés tan reducidos son perfectamente compatibles con la realidad económica.
El problema que se nos puede generar en 2021, es que la acumulación de estímulos fiscales, políticas monetarias expansivas, rebote del empleo (el último dato en EE.UU. es sencillamente espectacular) y, por ende, del consumo, y acumulación de ahorro en manos de particulares durante los meses de confinamiento, es posible que conformen una especie de “shock de precios”, hasta que la oferta pueda equilibrar esta mayor demanda. Una especie de pico de inflación, muy probablemente coyuntural, por las tendencias de largo plazo a las que hacíamos referncia en el párrafo anterior. En todo caso, un shock lo suficientemente relevante como para poner en guardia al mercado, ante hipotéticas subidas de tipos de interés por parte de los bancos centrales, con el fin de hacer frente a este puntual recalentamiento.
Conviene decir, no obstante, que tanto al BCE como la Reserva Federal ya previeron a finales del año pasado un escenario parecido. En esa línea, publicaron que, caso de ver la inflación de manera concreta por encima de los niveles aceptados como de equilibrio (en torno al 2%), no actuarían automáticamente subiendo tipos. Y esto está muy bien. El problema es que los mercados pueden tener otro criterio que, de hecho, es el que estamos observando en las últimas semanas: Un notable incremento de las rentabilidades de la deuda pública, a ambos lados del Atlántico, junto con una rotación en renta variable hacia activos más vinculados a la inflación, como es el caso de los bancos o la energía. Es decir, un escenario de subida de tipos.
Por todo ello, resulta tan absolutamente vital seguir no sólo qué van a hacer los bancos centrales en este nuevo marco sino, de manera primordial, qué mensaje van a dar. Las palabras importan mucho, y pueden contribuir a relajar ánimos o incrementar el nervosismo, como ha sucedido tras la última comparecencia de Jerome Powell. Es esencial tocar la tecla adecuada. Un error de cálculo en este punto puede convertir a un buen año económico en un mal año de mercados, de manera similar a lo que vimos en 2018. Esto no tiene por qué ser así y, de hecho, no es el principal escenario para el ejercicio. Pero conviene no olvidar que la recuperación, en sí un valor positivo, debe ser acompañada de buena y transparente gestión. De lo contrario, podemos llegar a convertir la solución en un nuevo problema.