La palabra es reflación

Comenzamos el año lunar del buey con una sensible mejora de los datos de contagio a nivel global (algo natural, tras las medidas de contención adoptadas, después de navidad) y el avance lento, pero avance al fin y al cabo, de la campaña de vacunación.

Como venimos comentando, la normalización sanitaria y social es la base de la normalización económica y el gancho del que pende la magnitud de la recuperación en el crecimiento para este ejercicio y subsiguientes.

En este contexto, cobra especial importancia la próxima evolución del consumo, antes dos fuerzas contrarias: por un lado su recuperación se ve lastrada por el mayor desempleo. Por otro, los niveles de ahorro han subido de manera notable durante la pandemia, en aquella parte de la población que no ha visto afectados sus ingresos, obviamente. En este línea, llama la atención el elevadísimo nivel de ahorro de los particulares en EE.UU., algo no visto desde la Segunda Guerra Mundial. La cuestión es, cuándo se pondrá en marcha este impulso de la demanda y cómo será la entidad del mismo. Es decir, qué efecto tendrá sobre la inflación.

Llegados a este punto, conviene recordar que los bancos centrales siguen inmersos en políticas expansivas, extraordinariamente acomodaticias. Nuestros mayores nos enseñaron que dichas políticas eran abiertamente inflacionistas, aunque los cambios estructurales del nuevo orden (globalización, deslocalización, envejecimiento poblacional, etc.) sugieren corrientes en sentido contrario, fuertemente deflacionistas, como contrapeso a la mayor cantidad de dinero en circulación. También nos hayamos en mitad de un proceso de ayuda institucional a la economía, algo muy de corte keynesiano: los famosos estímulos fiscales. Y, por otra parte, los países que mejor están gestionando la crisis económica (porque gestionar bien, aunque suene a perogrullo, es muy importante) están implementando bajadas de impuestos para impulsar el consumo.

Todo ello nos lleva a la palabra de moda: reflación. Es decir, búsqueda institucional de inflación, por medio de políticas activas y en medio de un crecimiento modesto o incluso negativo. Sin duda, es algo conveniente estimular las economías para llegar más rápido allá donde costaría más esfuerzo, sin estos apoyos. El precio teórico, irónicamente, es también el premio: la inflación. De hecho ese precio están más que dispuestos a pagarlo los bancos centrales, que ya han avisado que no tocarán los tipos de interés nominales aunque los precios suban por encima de sus niveles de equilibrio (en torno al 2%). Pero… ¿cómo se tomaría el mercado una subida fuerte de inflación, dentro de unos meses, cuando el consumo se dispare y exceda, aunque sea coyunturalmente, a la producción?

La respuesta la podemos ver en los mercados en estos días. Y es que aunque los bancos centrales no toquen tipos, los inversores ya están descontando rentabilidades superiores en las curvas de bonos, es decir, están anticipando tipos de interés al alza. En otras palabras: anticipan recuperación. En ese contexto, el movimiento del bono a 10 años estadounidense en el último mes es paradigmático. También estamos viendo, más moderado, este movimiento en Europa, con la notable excepción de Italia, cuyos bonos siguen de fiesta al hilo del nuevo y flamante gobierno del Sr. Mario Draghi. Y todo esto está muy bien: está muy bien porque significa buenas sensaciones de una próxima normalidad. Pero…

…Pero en un contexto de fuerte endeudamiento, la subida de rentabilidades de la deuda no debe ser tomada a la ligera. Sí, por supuesto, los bancos centrales, como compradores de último recurso, van a impedir un colapso. Pero por lo que respecta al mercado, este escenario puede ser muy negativo para los inversores en renta fija, a lo largo del ejercicio. En cuanto a la variable, todo dependerá de si los beneficios empresariales superan a la posible caída de multiplicadores, como efecto de esta anticipación de mayores tipos. Es decir, dependerá de la entidad de la recuperación. O si lo prefieren, de la normalización.

De momento, soplan vientos más favorables. El mero hecho de hablar de inflación, ya es algo positivo, tras lo visto en 2020. Pero mucho cuidado con los desequilibrios. En ese sentido, como siempre, prudencia.

 

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