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8 septiembre 2021

Inflación con tipos bajos

Parece fuera de toda duda que buena parte de los paradigmas económicos tenidos por ciertos a comienzos de este siglo, comenzaron a saltar por los aires a raíz de la gran crisis financiera de 2008 y el posterior comienzo de las políticas ultra expansivas de los bancos centrales. 

La emergencia del coronavirus y las medidas extraordinarias que se han tomado para paliar los efectos de la pandemia sobre la economía, tanto en el plano monetario como fiscal, no han hecho sino incrementar la brecha entre lo que marca la ortodoxia financiera, los imperativos de la economía real y las demandas de los mercados de activos.

Solo así se puede explicar que unos niveles de crecimiento del IPC que superan con holgura el 5% en los EE.UU. y el 3% en el viejo continente asistamos, no ya a unos tipos de interés históricamente bajos, sino a un mensaje continuo y coordinado, por parte de las autoridades monetarias a ambos lados del Atlántico, en el sentido de que dichos tipos de interés no van a subir como respuesta a la inflación, durante un período prolongado de tiempo.

La teoría que subyace debajo de esta negativa a alterar el precio del dinero por parte de los bancos centrales es considerar a la elevada inflación actual como un fenómeno coyuntural, fruto de las condiciones económicas post Covid: la puesta en marcha de las economías, los cuellos de botella que inevitablemente surgen (los datos en el mercado laboral en EE.UU. son una prueba muy buena de ello), la mayor demanda de energía y el propio efecto base con respecto a los IPC´s del año pasado contribuyen a sustentar esta imagen de inflación pasajeramente alta. Lo cual es sin duda cierto. Otra cosa es que la coyuntura se prolongue más de lo estrictamente preciso, es decir, que la normalidad de los ajustes tarde en llegar.

Porque, seamos francos, mientras sea tolerable por los mercados esta inflación con estos tipos, es decir, mientras las curvas de rentabilidad de la deuda pública no muestren especiales tiranteces al alza, una inflación elevada con tipos bajos es la mejor fórmula imaginable para pagar los monstruosos niveles de endeudamiento en los que hemos incurrido debido al Coronavirus: La inflación no deja de ser un sumando en el  crecimiento nominal…y si los tipos no suben en consonancia, pues ya tenemos parte de nuestra deuda pagada, según la regla de Taylor…siempre que no se vengan abajo dos postulados:

  1. En primer lugar, que la inflación no sea tan transitoria como los bancos centrales nos han hecho creer. Si dentro de unos meses seguimos contemplando crecimientos del IPC muy por encima del 2%, puede que el mercado empiece a ponerse nervioso en el sentido de que la normalización económica que deriva del incremento de demanda, junto con los efectos multiplicadores de las ayudas monetarias y fiscales, han provocado un ciclo inflacionista, inédito por cierto desde antes de 2007.
  2. En segundo lugar, no debemos olvidar que la calma en los mercados se asienta en la absoluta confianza en los bancos centrales: Los agentes económicos han comprado su aseveración de que no van a subir tipos, con independencia de qué marque la inflación. Si esta confianza se quebrara, por ejemplo por un incumplimiento o disensiones en la forma de implementar la reducción de estímulos (el famoso tapering)…¿Dónde se iría la cotización de la deuda en mercado secundario?

 

El corolario de todo esto es que seguimos cabalgando un tigre, que se llama endeudamiento. No parece que los bancos centrales estén por la labor, más bien al contrario, de provocar una crisis masiva de deuda, lo que les obliga a mantener bajos los tipos. En ese sentido, un poco de inflación, puede incluso ser extraordinariamente beneficioso, para ayudar a repagar esa deuda. Y, de paso, da algo de aire a sectores del mercado, de corte cíclico, que se han visto penalizados en los últimos años por la ausencia de crecimiento en precios.

Por todo ello, máxima atención a la evolución de la inflación. A partir de ahí, debemos verificar cómo las curvas de deuda evalúan dicha evolución. No es descartable ver algo de normalización en ese sentido, es decir, subidas de rentabilidades, especialmente en los tramos más largos de dichas curvas, algo que ya vivimos en abril. Siempre que estos movimientos sean moderados y razonablemente predecibles, el escenario general será positivo para la inversión en renta variable y algo mejor para entrar de nuevo en renta fija. Si resultan bruscos…habrá que resetear la nueva situación.

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