En el momento de escribir estas líneas nos encontramos a unas pocas horas de despejar, ojalá sea así, una de las principales incertidumbres del año, y, probablemente, la noticia más importante de 2020 desde el punto de vista estratégico, con el permiso del coronavirus: Las elecciones estadounidenses.
Nos encontramos ante un momento no solo trascedente sino con un resultado absolutamente incierto: a día de hoy es imposible determinar el ganador de los próximos comicios estadounidenses, lo que en esencia supone no poder interpretar correctamente los designios de la principal economía del mundo para los próximos cuatro años. No es de extrañar que los mercados financieros se encuentren al borde del ataque nervioso.
Porque, además de la estrategia, sin una directriz clara en el corto plazo, los inversores tienen poco dónde agarrarse: la macro carbura con problemas, los confinamientos se extienden, las vacunas no llegan…y, sin claridad geopolítica, los estímulos, esos grandes salvadores de los mercados, se retrasan. Lo hemos visto en el caso de los posibles acuerdos fiscales en EE.UU.: un mes deshojando una margarita que no ha producido nada. Habrá que esperar al resultado electoral. Pero también en Europa, el BCE ha postergado sus posibles decisiones de incremento monetario a diciembre. Demasiado lejos, probablemente, para aportar algo al mercado en 2020. En cuanto a la Reserva Federal, se reúne el próximo día 5-N, una vez pasadas las elecciones. Ni qué decir tiene que se trata de otra cita fundamental: la primera comparecencia de Powell con nuevo (o viejo) presidente electo. No se puede pedir más.
Detrás de los últimos movimientos de mercado está, por supuesto, el agravamiento de la crisis sanitaria global, consecuencia de esta segunda ola de Covid 19, que está sorprendiendo por su intensidad. La sensación es que, a nivel global, nos ha tomado por sorpresa y, en ese sentido, los esfuerzos de contención se están incrementando de manera muy notable, incluso podríamos decir precipitada o inconexa, especialmente en Europa. Naturalmente ello supone un nuevo obstáculo hacia la normalización económica. Y todo a las puertas de Navidad. ¿Alguien habló de tormenta perfecta?
Con este marco, no es de extrañar que la última semana hayamos asistido a una caída, casi un derrumbe, de las bolsas mundiales, y un nuevo acelerón de la renta fija, singularmente la deuda pública. El movimiento de aversión al riesgo está servido, como antesala de lo que está por venir. Y los inversores, absolutamente agotados de este 2020, ven el final del año como una importante cuesta arriba. Un cáliz, muy amargo, que hay que apurar.
Por todo ello, aliento contenido hasta ver qué vota Norteamérica y cuán rápidamente volvemos a la “normalidad” de los estímulos fiscales y monetarios, empezando de nuevo por EE.UU. Una vez pasado este jalón, podremos volver a concentrarnos en los datos de contención de la pandemia. En la medida que estas incertidumbres vayan desapareciendo, el mercado debería retomar una senda más positiva. Para ello nos quedan aún dos meses de muy complicada gestión.