Signo positivo en los mercados financieros, en una semana en la que los temores acerca de un posible descarrilamiento, por motivos de inflación, han remitido algo, especialmente en Europa.
Y es que, como casi todo en la vida, no importa tanto el problema como la solución que se le puede dar. En ese sentido, el Banco Central Europeo ha dejado bien claro que, con inflación o sin ella, existe una voluntad firme de que las deudas públicas de los países del euro no sufran impactos traumáticos en la evolución de sus rentabilidades, que podrían complicar la futura financiación de los países del área. Con este fin, se acelerará el ritmo de compra de activos por parte de la Institución Monetaria del Viejo Continente. En resumen, más analgésicos para pasar cualquier enfermedad, sea real o solo posible.
La actitud del BCE no puede sino ser considerada positiva a efectos del mercado: probablemente, la principal dificultad a la que nos enfrentaremos este año no es tanto la inflación, que es muy probable que aparezca incluso por encima de expectativas, sino el modo con el que los bancos centrales van a lidiar esta cuestión. Es vital que no se entorpezca el crecimiento, ni que los inversores muestren desconfianza acerca de posibles repuntes de la rentabilidad de las deudas públicas, mucho menos de subida de tipos. Lo contrario, puede llevarnos a ciertos escenarios de agitación, de manera parecida a los que vimos en el ejercicio 2018. Con esas premisas de fondo, es esencial que el mensaje de Lagarde o de Powell sea claro, perfectamente telegrafiado…y que toque la tecla exacta, ni demasiado grave, ni demasiado aguda. Nadie dijo que fuera fácil.
Con las políticas monetarias dispuestas a todo, no es de extrañar que los mercados de activos se muestren optimistas: esta semana hemos tenido también la firma (por fin) del nuevo paquete de estímulos fiscales en EE.UU., que darán renovado impulso a la economía de la Primera Potencia. En este caso, las subidas de rentabilidad de sus bonos, ni siquiera han obstaculizado la evolución de sus bolsas. Ello se debe, en buena medida, a los datos macroeconómicos que se están publicando, especialmente los que tienen que ver con consumo: todo parece indicar que la economía yanqui ha empezado a funcionar de manera importante. Y las previsiones, gracias a la normalización social que llegará, antes o después, con las vacunas, solo pueden ser mejores.
Por todo ello, bolsas que siguen cotizando en importantes niveles de multiplicador, a la espera de que los beneficios empresariales, que se suponen en franca mejoría, justifiquen las cotizaciones actuales, o incluso valoraciones superiores. Por su parte, la renta fija se toma un pequeño respiro tras las caídas de semanas anteriores. En el caso de los bonos públicos, gracias a la confianza en los bancos centrales ya descrita. En el caso de los bonos privados, de la mano de una cierta contracción de los diferenciales de crédito, que tiene mucho que ver con esta futura mejora del beneficio empresarial.
No está de más comentar que, en este contexto ciertamente positivo, se mantiene el movimiento de rotación desde los activos más defensivos hacia los más cíclicos, singularmente los bancos y la energía. En el primero de estos casos, la mayor actividad y alguna esperanza de normalización de tipos actúan con relativa fuerza. En el segundo, el petróleo sigue alto, un signo más o menos sólido del incremento de la demanda agregada, a nivel mundial.
En conjunto, llegan los idus de marzo con unas previsiones que nada tienen que ver con la misma época del año pasado. Nadie tiene ya dudas que 2021 será el año de la recuperación, (salvo nuevo cisne negro) si bien el camino hacia arriba será desigual por sectores y países. En ese sentido, conviene mantener las precauciones, ante los problemas propios que genera el crecimiento, singularmente recalentamientos de distintas variables y, de manera específica, de la inflación. Aún queda mucho camino por recorrer. Y es que han llegado los idus de marzo…pero aún no se han ido.