Ahorrar es una práctica habitual y recurrente desde que el hombre comenzó a construir sociedades. Hoy más que nunca, aunque parezca contradictorio a la vista de los malos augurios económicos, es necesario ser previsor y confiar en la fuerza del ahorro.
“En tiempo de desolación nunca hacer mudanza”. La archiconocida regla de Ignacio de Loyola advertía contra la tentación de abandonar el camino de la salvación cuando el alma se oscurece o se perturba por los bajos asuntos mundanos y pierde aquello que la consuela: la fe, la esperanza y la caridad. Es una regla muy astuta ya que viene a decir: persevera cuando desees no perseverar. Viene muy bien cuando aquello en lo que se persevera es lo correcto. Pero puede resultar letal cuando no lo es. Ahorrar es lo correcto. El ahorro es, quizá, la expresión más depurada de cualquier estrategia de supervivencia. A lo largo de milenios el ser humano ha ido consolidando esta manera de proveer para el mañana, desde el mero atesoramiento de alimentos no perecederos (grano silvestre) hasta incorporar el uso productivo de estos (en forma de semillas), aprendiendo, en realidad, de la naturaleza.
El ahorro es un acto eminentemente individual, a lo sumo familiar, y uno de los elementos clave de la economía doméstica. Es en el seno de la familia en el que, efectivamente, se producen, por lo general, las primeras decisiones de ahorro precautorio y/o finalista a corto y medio plazo, y previsional (finalista también, pero exclusivamente de cara a la jubilación) a largo plazo. Las empresas y las Administraciones públicas, y todo tipo de organizaciones, también ahorran, y mucho, pero lo hacen en un marco contable que casi les obliga a ello y que, en cualquier caso, forma parte de su cuadro de mando para la ruta corporativa o institucional.
Conocimiento
En el ámbito personal, por el contrario, no todos los individuos y hogares se dotan de las capacidades financieras (nada complicadas en lo básico, por cierto) y contables necesarias para una adecuada gestión personal y doméstica del ahorro. Estas capacidades y conocimientos determinarán en muy buena medida su salud financiera a lo largo de los años.
No está de más ahora, en “tiempos de desolación”, recapitular los impactos y comportamientos que se observan sobre el ahorro de los hogares, así como preparar los “tiempos de mudanza” sobre la base de las expectativas y medidas que cabría adoptar con objeto de favorecer el ahorro según se recupera el horizonte de planificación de nuestra vida cotidiana.
Tiempos de desolación
Ahorrar cuando tienes pocos ingresos para cubrir necesidades básicas es complicado. De hecho, esa es la razón que muchos hogares aducen cuando se les pregunta si ahorran. No ganan lo suficiente. Una forma de rebatir argumentos consiste en darles la vuelta, lo que no es tan estúpido como parece. En este caso se podría decir que algunas personas ganan poco porque no ahorran. Una de las ventajas de ahorrar sistemáticamente, todo lo que se pueda, es que se acaba viviendo mejor.
Un ejemplo muy claro de esta forma de darle la vuelta a los argumentos es la siguiente: cuando alguien dice que no ahorra porque no puede llegar a fin de mes se podría argumentar que no llega a fin de mes porque ahorra. Este es el caso de quienes, religiosamente, pagan sus cuotas hipotecarias. Seguramente a muchos hogares esta carga les impide llegar a fin de mes, con lo que no podrían apartar ni siquiera unas docenas de euros para la libreta de ahorro. Pero, en realidad, ya han ahorrado cientos de euros con la devolución del principal en aquel recibo de la hipoteca. Eso es ahorro en vena, aunque en forma de ladrillos. Por eso no se llega a fin de mes en muchos hogares, porque se ahorra.
Arrepentimiento
En estos momentos, muchos hogares, encabezados por autónomos, empresarios o asalariados que están sufriendo tremendas restricciones de liquidez, lamentarán no haber constituido, con tiempo suficiente, colchones de ahorro por lo que pudiera pasar, por ejemplo, para hacer frente a restricciones inesperadas de liquidez. Esos “ahorros precautorios” e inmediata- mente accesibles (líquidos) sin coste, alejados obviamente de las volteretas de los mercados (no cabe la asunción de riesgo o la especulación en esta modalidad), serían muy necesarios en estos momentos. Puede que no lo hayamos hecho hasta ahora, pero nunca es tarde.
No deberían utilizarse como tales colchones de liquidez, sin embargo, aquellos ahorros invertidos en activos de riesgo (más rentables, en principio) que puedan albergar pérdidas latentes debido a la situación de los mercados en el momento de estas restricciones de liquidez. Este es el caso de los ahorros para la jubilación, que deberían ser los últimos activos en utilizarse en estos momentos, ya que son las “meriendas” que podremos permitirnos cada día de nuestra jubilación. En el caso de muchos trabajadores, como los autónomos del RETA y los mutualistas de los Regímenes Alternativos, en realidad, estos ahorros previsionales son las “comidas”, más que las meriendas, de su jubilación.
Estos activos podrían, por el contrario, utilizarse como garantía de préstamos de liquidez que, en tiempos de pandemia, deberían estar disponibles en buenas condiciones de coste (comisiones y tipo de interés), plazo de amortización y periodo de carencia de devolución del principal, evitándose así la materialización de pérdidas latentes en estos momentos de mercados a la baja. Estas garantías
deberían poder aplicarse para obtener liquidez de líneas extraordinarias habilitadas por políticas monetarias y fiscales ultraexpansivas, a la espera de tiempos mejores.
Pasada la contingencia de la que quizá, en ausencia de ese ahorro precautorio, nunca hubiéramos podido salir ilesos, y reabiertas nuestras fuentes de ingresos, seguro que podemos encontrar nuevos propósitos para nuestros ahorros.
Moderación del gasto
En el marco de esta pandemia, los agentes económicos estamos aprendiendo, un tanto a la fuerza, a moderar nuestro gasto. Ya se observa que los hogares están aumentando su ahorro gracias al confinamiento. Se gasta más en comidas en el hogar y menos en comidas en restaurantes. El PIB desciende por lo segundo, pero nadie se molesta en calcular cuando aumentaría dicho PIB si diésemos un valor al esfuerzo que los integrantes del hogar dedican a hacer las comidas que antes se hacían en restaurantes. No es un cálculo sencillo. Si todo el trabajo voluntario y colaborativo, o los esfuerzos de los profesionales y empresarios por reinventarse, cotizasen en los mercados de bienes y servicios, el PIB estaría aumentando en vez de disminuir.
Hay que perseverar en el ahorro. Especialmente en el ahorro para la jubilación. Está por ver si las cuotas a la Seguridad Social de las que ahora se exime a los trabajadores autónomos se recuperarán en algún momento. Los asalariados en paro y los autónomos en cese de actividad tienen asegurado el pago de sus cotizaciones por parte del SEPE y/o reconocidas lagunas de cotización, pero no es el caso de los autónomos que siguen activos y han sido eximidos del pago de cuotas, salvo que se trate de moratorias.
Deben tener presente que cada cuota que se deja de pagar es una comida o merienda futura menos. En el caso de que sea ineludible dejar de pagar las cuotas, esto debería evitarse con el re- curso a los préstamos de liquidez antes aludidos, utilizando como garantía, justamente, los ahorros previsionales disponibles, con las cautelas necesarias. De la misma forma que los ahorros previsionales no deberían tocarse, cual- quier esfuerzo para mantener el pago de cuotas a la Seguridad Social y/o aportaciones al sistema complementario debe mantenerse en la medida de lo posible, o compensarse cuanto antes.
Tiempos de mudanza
En chino, la palabra wéi jī (危机) significa crisis y se descompone en dos caracteres, wéi (危), o peligro, y jī (机), u oportunidad; es decir, una crisis trae a la vez un peligro y una oportunidad. No por menos citada esta particular visión de la sabiduría oriental en amplios círculos occidentales deja de ser menos cierto que una de las mejores maneras de afrontar un cambio turbulento o disruptivo es hacer de necesidad virtud y darle la vuelta a la situación que se nos presenta.
Si este tiempo de desolación nos hace perseverar en el ahorro y si el impulso de la frugalidad nos hace aún más ahorradores, seguramente no nos costará demasiado darle a nuestro ahorro algo más que un propósito (precautorio o previsional), es decir, un sentido, invirtiéndolo en causas con impacto social, medioambiental y de otro tipo, crecientemente atractivas para los inversores.
Espíritu mutualista
El nuevo contexto también puede favorecer la emergencia de vehículos de ahorro personal mutualizado y/o solidario, redes de seguridad familiar y profesional, en definitiva, entre colectivos relativamente homogéneos en los que ciertos riesgos económicos, personales o profesionales pudiesen compensarse. Es una idea que casa bien con el mandato de las mutualidades profesionales existentes en España y en muchos otros países, herederas de la tradición centroeuropea de los gremios tardomedievales impulsores de las revoluciones burguesas que desembocaron en la era moderna.
No cabe duda de que habrá que adoptar cambios de alcance, en cuanto sea posible, para extender la seguridad económica de todos los ciudadanos, haciéndolo sin que ello adormezca la laboriosidad de las gentes (base para la generación de riqueza) ni el espíritu de ahorro al que se hace referencia a lo largo de esta nota. Pero también con- vendría evitar algunos cambios menos virtuosos hacia los que pudiéramos estar tentados.
Falta de seguridad
La protección social de los trabajado- res y profesionales autónomos es tan importante como la de los asalariados y, sin embargo, por razones bien conocidas, no está asegurada al mismo nivel. Si el ahorro previsional es importante en estos colectivos no lo es menos que este tipo de ahorro tenga el mismo trato que el de los asalariados. Los anuncios del Gobierno, previos a la COVID-19, para eliminar el diferimiento fiscal de los planes individuales de pensiones y sus equivalentes asegurados “para reforzar” el diferimiento fiscal de los planes de empleo perjudicarían sobremanera a los trabajadores autónomos.
Este es el único ahorro previsional complementario que estos trabaja- dores pueden permitirse, ya que los planes de empleo no les son accesibles. Y, puesto que el ahorro previsional a través de la Seguridad Social suele ser muy bajo para el autónomo representativo (a su elección, no obstante), la desprotección del colectivo sería especialmente onerosa e injusta (todos los países pertenecientes a la OCDE practican el diferimiento fiscal del ahorro previsional).
Difícilmente se puede recomendar a los trabajadores que perseveren en su ahorro previsional en tiempos tan difíciles si, por otro lado, se les atraviesan las ruedas de su avance con los palos de una regulación que no les beneficia hacia un esfuerzo tan importante para el bienestar propio y tan beneficioso para la economía (ahorro a largo plazo) y, a la postre, para el conjunto de la sociedad.