Comienza el último mes del año, con un notable grado de desconexión entre economía y mercado.

Uno de los adagios más famosos del ámbito inversor postula que los mercados financieros anticipan el comportamiento de la economía. Probablemente, esta sentencia nunca habrá sido tan cierta en los últimos tiempos como lo es ahora, si asumimos que el próximo ejercicio será de clara recuperación económica.

Porque la realidad es que, a falta de una veintena de sesiones de contratación para concluir este olvidable 2020, bolsas y bonos denotan un tono optimista que no se corresponde en absoluto con los datos macro que se van publicando y, mucho menos, con la imagen actual de confianza (desconfianza) de los consumidores.

Todo ello se refleja en una semana en la que ni la publicación del dato de confianza de los consumidores en EE.UU. medida por la Conference Board, (que se saldó con un descenso por debajo del nivel de neutralidad de los 100 puntos), ni la publicación de los PMI´s de la zona Euro (con nueva caída de la referencia composite), han obstaculizado para la llegada del Dow Jones a máximos históricos o para mantener el buen tono general de los mercados europeos, especialmente los periféricos. Parecería que existe algo irreal que mantiene a los agentes económicos en una realidad paralela. Pero lo cierto es que no es así. O no del todo.

La base del buen comportamiento actual de los mercados está en la notable reducción de incertidumbre, derivada de la aparición de las vacunas del Covid y de la esperanza de una nueva era económica en EE.UU., singularmente por lo que se refiere al tema comercial en general, y de manera especial por lo que afecta a Europa. Por supuesto, nada es definitivo y, en unas semanas o pocos meses podemos tener una vuelta atrás, por escaso éxito en el control de la pandemia o por dudas en la nueva administración americana. Es decir, por posibles realidades. Pero, a día de hoy, nuestra realidad es distinta y se resume en que si el presente es muy complicado, el futuro parece menos nebuloso. Mientras lo creamos, los mercados mostrarán su mejor cara.

Conviene decir también que al ánimo inversor se sustenta en algo más que creencias: también lo hace en realidades. La más importante de ellas es el absoluto convencimiento de que los bancos centrales están más que dispuestos a sustentar el entramado actual de deuda y déficit, por la vía de unas políticas monetarias excepcionalmente laxas y unos tipos de interés tan reducidos que no obstaculizarán la financiación de las empresas. Debemos añadir asimismo que estos tipos contribuyen en buena medida a sustentar el elevado multiplicador de las acciones cotizadas, con carácter general. El famoso PER. Pero además del tema monetario, las perspectivas de nuevos estímulos fiscales, a sumar a los ya aprobados, mantienen viva esa relación de dependencia mercados-ayudas que, ya hace tiempo, se convirtió en una auténtica adicción. Un cambio de esta situación solo puede pasar por una economía más normalizada…algo que cuesta ver en este momento. Sin contar los efectos secundarios que esta “normalización” (léase, inflación más alta, rentabilidades de la deuda algo superiores…) podría tener en un posible ajuste de precios.

Dicho todo eso, el presente nos pone delante una aventura con la que era difícil contar hace tan solo un mes: que 2020 no sea un mal año de mercados, o no tan malo como podríamos prever. Justo lo contrario que el horrible (en mercados) 2018, que fue un buen ejercicio macro. Aún es pronto para sacar conclusiones: veinte sesiones pueden ser pocas o un auténtico mundo, con el marco actual en el que nos desenvolvemos. Y si bien ya comentábamos hace meses la clara posibilidad de mejorar notablemente el ámbito inversor, si se daban las circunstancias que finalmente se han dado (visibilidad sanitaria y geopolítica), conviene mantener la prudencia, tanto más cuanto la capacidad de maniobra disminuye rápidamente con el paso de los días, y el objetivo de cierre de año avanza cada vez más próximo. Máxima atención.

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