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27 diciembre 2021

Balance de un año

A falta de unos pocos días para cerrar el ejercicio aunque, como dice la canción de Lenny Kravitz, esto no se acaba hasta que se acaba, resulta de lo más habitual y pertinente echar una mirada atrás, antes de que la vorágine de 2022 convierta en papel mojado todo lo vivido en 2021.

Si 2020 fue el año del coronavirus, el ejercicio que en breve va a finalizar ha tenido, desde el punto de vista económico, dos grandes protagonistas: las vacunas y la inflación.

En el primero de estos casos, aunque no se trate estrictamente de una variable económica, la vacunación de un elevado porcentaje de la población mundial, es más, la mera existencia de vacunas disponibles, ha cambiado radicalmente la configuración del consumo y la producción de 2021 frente al año anterior. Aún a falta de vencer definitivamente la pandemia, y con el Ómicron otorgando una volatilidad no prevista en el cierre anual de mercados, la realidad es que el mundo se ha puesto en marcha, tras la dramática parada en seco de 2020. En algunos casos, singularmente en los EE.UU., este arranque ha sido tan fulgurante que, en esencia, se ha recuperado ya lo perdido debido a la epidemia de Covid. En otros puntos del planeta, como Europa, la recuperación es un hecho, pero la velocidad de la misma es menor que en Norteamérica. Todo parece indicar que, una vez superada esta fase Ómicron, las economías mantendrán su senda alcista, aunque con pendientes más suaves, en la medida en la que la normalización financiera y el propio efecto base estadístico moderen la aceleración obtenida estos meses de atrás.

Naturalmente, esta rápida recuperación -un bien en sí misma- como todo lo que se refiere al ámbito económico, no es inocua: la aparición de cuellos de botella en la producción (hasta que la oferta se equilibre con una demanda explosiva), la puesta en circulación de un ahorro obtenido por la caída de consumo en 2020, y los efectos de las expansiones fiscales y monetarias llevadas a cabo por gobiernos y bancos centrales, han dado como resultado que, tras años desaparecida del escenario financiero, vuelva a la palestra una de las variables económicas más conocidas, temidas y, en ocasiones, deseadas: la inflación.

El debate acerca de si el fuerte incremento de precios es más o menos coyuntural, ha sido una de las líneas de actuación más relevantes en el teatro de los mercados de activos. De hecho, el debate aún continúa, aunque ha variado de enfoque: ahora hablamos de grado de persistencia en la inflación. En otras palabras, se asume que no va a ser tan coyuntural como inicialmente habían previsto los bancos centrales. Y si bien es cierto que, hacia la próxima primavera, deberíamos observar una caída del IPC a nivel global, por puro efecto base comparativo, no es menos cierto que las autoridades monetarias mundiales, con la Reserva Federal a la cabeza, ya están comenzando a tomar medidas para atajar un problema que, caso de enquistarse, puede dar al traste con el ciclo positivo de crecimiento, por la vía de una subida acelerada de los tipos de interés que congele la economía, buscando reducir una posible inflación galopante.

No está de más mencionar que éste, el de una inflación descontrolada o incluso una estanflación al estilo de los años setenta, aunque es un riesgo cierto, no es el escenario base de prácticamente ningún organismo económico, gobierno, o casa de análisis. En verdad, hasta hace bien poco, los tipos de interés reales negativos (es decir, una inflación muy por encima de los tipos de interés nominales) eran casi una bendición, en aras de devaluar los enormes niveles de deuda, especialmente deuda pública, acumulados durante la pandemia. En otras palabras, una salida al problema del endeudamiento al estilo de lo que se hizo tras la Segunda Guerra Mundial.

Ahora, nos encontramos en un escenario en el que el IPC ha pasado de ser una anécdota o incluso un amigo, a preocupar. En ese contexto, todas las miradas están en los bancos centrales y en su camino hacia la, por otra parte, deseable normalización monetaria. Lo importante será marcar bien los tiempos. No sorprender al mercado, como bien dijo Powell.

Todo ello, como dicen los anglosajones, no deja de ser current history: pasado y presente entrelazados. Porque 2022 comenzará con las mismas incógnitas que termina 2021. En todo caso, aceptando que lo peor de la pandemia (la no posibilidad de luchar con ella) ya ha pasado, el nuevo año no tiene por qué ser un mal ejercicio financiero, aunque la prudencia invita a pensar que la renta fija no lo va a hacer bien y la variable dependerá, en esencia, de cómo evolucionen los beneficios empresariales en un contexto de subidas de tipos, reales o estimadas. Pero eso será el año que viene. O en unos días. Ahora, lo que toca es cerrar, dejando atrás los esfuerzos, derrotas pasajeras y victorias frustradas que siempre deja un año de mercado.

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