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1 septiembre 2013

El seguro y su solvencia en la historia

A lo largo de la historia de la humanidad, siempre han existido instituciones, códigos y conductas de control de la solvencia del seguro asimilables a las que hoy conocemos, desde las más básicas surgidas en las antiguas civilizaciones, hasta llegar al sofisticado y revolucionario enfoque regulador de Solvencia II.

Las primeras formas de seguro surgen unos 4.000 años antes de Cristo, los llamados Contratos a la Gruesa que, regidos por el Código Hammurabi, concedían préstamos a un elevado tipo de interés para el aseguramiento del valor de la carga transportada por caravanas y embarcaciones que cruzaban la antigua Babilonia. Estos préstamos eran devueltos al feliz término del viaje y cancelados en caso de naufragio o de sufrir algún acto de piratería. Sin embargo, este tipo de contratos generaba graves situaciones de insolvencia para los banqueros y prestamistas encargados de su financiación cuando la pérdida de la mercancía asegurada resultaba superior a la esperada. Sería el Papa Gregorio IX quien, en el siglo XIII, prohíbe el pago de intereses de estos contratos, sustituyéndolos por una prima suficiente y capaz de hacer frente al pago de la indemnización en caso de ocurrir el siniestro. Esta decisión sería el origen de lo que hoy conocemos como seguro marítimo.

Además, en aquella época, y con el fin de evitar posibles situaciones de insolvencia ante hechos fortuitos como incendios, catástrofes naturales u otras calamidades sociales, el Talmud de Babilonia establece la facultad de que jueces, sacerdotes, magistrados y ocupantes de otros cargos públicos, recauden impuestos a fin de crear un fondo para uso comunitario y paliar así los efectos de estos acontecimientos sobrevenidos, situación asimilable, por tanto, a la función de amparo que actualmente en España desarrolla el Consorcio de Compensación de Seguros.

Las “Guildas”

Ya en el siglo VI antes de Cristo, la cultura griega y más adelante la romana organizaron asociaciones religiosas, mediante las que garantizaban a sus miembros un entierro con todos sus rituales en caso de fallecimiento además del abono de cierta cantidad monetaria para los familiares. Estas asociaciones gremiales llamadas “Guildas” se asemejaban a las actuales mutualidades pero al no utilizar cálculos actuariales se financiaban a posteriori, es decir, los supervivientes sufragaban los costes del funeral una vez que estos ya habían sido pagados. Por tanto, se encontraban ante la situación de que no siempre había fondos suficientes para cubrir todas las necesidades. Es en este momento cuando emerge la imperiosa necesidad de considerar factores vinculados al riesgo al que estaban expuestos los individuos, condición de vida y de salud entre otros, constituyendo las primeras tarificaciones del seguro de vida en la historia y, por tanto, uno de los primeros esfuerzos para garantizar la viabilidad de estas asociaciones mutuales en cuanto a que la prestación por siniestro fuera en consonancia con el presupuesto disponible y por tanto con el riesgo asumido, evitando así posibles situaciones de insolvencia y desprotección para los miembros del gremio.

Otro de los acontecimientos más influyentes para el desarrollo de la industria aseguradora fue el devastador incendio que en el verano de 1666 asoló Londres. Es entonces cuando comienzan a proliferar las sociedades aseguradoras, si bien muchas fracasaron a raíz de las malas prácticas de especuladores y promotores, y a que no constituían reservas adecuadas para enfrentar las pérdidas subsecuentes. Para atajar la falta de regulación, y la consecuente insolvencia de las compañías fundadas, el Parlamento británico decide tomar cartas en el asunto y restringe severamente las licencias. El resultado fue que solo dos compañías pudieron ejercer esta actividad legalmente, siendo una de ellas la prestigiosa y aún activa Corporación Lloyd’s.

Capitalización individual

Respecto al seguro de vida, hasta comienzos del siglo XVIII la práctica habitual era que todos los asegurados pagaran la misma prima, añadiendo al final de cada año un determinado importe adicional como fondo de seguridad y asimilable al actual fondo de garantía o futuro SCR. Si bien estos seguros tenían carácter mutuo, nacen por iniciativa privada, y bajo este enfoque no parecen ser seguros muy equitativos dado que todos los asegurados pagaban la misma prima a pesar de que el riesgo era mucho menor para los más jóvenes. Para evitar estas situaciones se comienza entonces a utilizar las teorías de la probabilidad de Galileo y Pascal aplicadas al seguro de vida, que junto con los estudios sobre la mortalidad de Halley y la Ley de los Grandes Números de Bernuolli, permiten dar el primer paso de un sistema de reparto a uno de capitalización individual, facilitando de esta manera la solvencia de la industria del seguro de vida al enlazar el riesgo real asumido con el ingreso de prima suficiente para su cobertura.

Es en el siglo XX cuando los Estados comienzan a tomar un papel relevante en cuanto al control e intervencionismo sobre la solvencia de las compañías de seguros

Como podemos observar a través de la historia, el concepto de solvencia, aunque quizá en otros términos, no es nuevo. Pero no será hasta el siglo XX cuando los Estados comiencen a tomar un papel relevante en cuanto al control e intervencionismo sobre la solvencia de las compañías de seguros, control que se sofisticaría con las primeras leyes para regularlo, basadas en el principio de que “el cumplimiento de todos los acuerdos que se establezcan en torno al seguro debe quedar garantizado”.

En el próximo número de nuestra revista os comentaremos cómo tras la constitución en 1957 de la CEE, surgen los primeros estudios y Directivas encaminadas a regular y armonizar la solvencia del sector asegurador europeo, Directivas que se han mantenido en su esencia vigentes hasta la aprobación en 2009 de la Directiva de Solvencia II y su posterior trasposición definitiva en 2016.

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