Mercados: A lo lejos, ya viene la estanflación.

Resulta tentador comenzar un artículo sobre mercados financieros, en un momento tan binario como el actual (rojo o negro), con un título abiertamente lorquiano.

Conviene decir, no obstante y de manera preventiva, que no estamos abocados a un fin. En palabras de Lawrence de Arabia, nada está escrito. O, traducido al mundo financiero actual, la estanflación no tiene por qué ser inevitable. Pero sí es cierto que, en los últimos dos años, parece que cada paso que hemos dado nos acerca más al lugar que tratamos de evitar.

La realidad es que lo que hace apenas unos meses no dejaba de ser una subida de precios coyuntural, fruto del fuerte desajuste entre oferta y demanda (producido por la demoledora caída de la demanda por el Covid y la no menos fuerte recuperación posterior), es hoy un nivel de inflación, si no estructural, sí lo suficientemente persistente como para que a los bancos centrales les haya entrado una cierta prisa en actuar sobre ella. ¿Tal vez tarde? Ésa es la cuestión que atenaza, a día de hoy, a los mercados.

Porque a estas alturas y con el ventajismo que otorga opinar a toro pasado, resulta claro que los organismos monetarios en general han ido muy por detrás de la curva de rentabilidades de la deuda. En honor a la verdad no está de más comentar que las razones para esta procrastinación están más que justificadas: en primer lugar, cada día que los tipos reales han estado negativos (IPC´s por encima de los tipos nominales) ha sido una bendición para convivir con los enormes niveles de deuda acumulados, en casi todas las economías, por el exceso de gasto frente a ingresos, derivado del Covid. En segundo lugar, seamos sinceros, el mercado tuvo todo 2021 para darse cuenta de que lo que estaba pasando no era tan coyuntural como parecían hacernos creer. Y ha sido en 2022, de una manera brutal, cuando los inversores han puesto (mejor dicho, están poniendo, además con la pasión del converso) las cosas en su sitio.

Llegados a este punto, parece obvio que debemos luchar contra la inflación. De no hacerlo, el consumo puede colapsar, por el propio incremento del coste de la vida. Eso sin contar la pérdida continua de competitividad que supone un alza de precios en espiral. La fórmula para actuar está clara: la sabemos desde antes de Keynes. Hay que subir los tipos de interés. El problema es que esta medida es todo menos inocua, principalmente porque supone un claro freno al crecimiento: la capacidad de endeudarse de empresas y familias disminuye. El acceso al crédito se encarece. En suma, una de las principales palancas del crecimiento, se restringe.

La falta de actuación sobre la inflación en 2021, que comentábamos más arriba, unido a los efectos perversos sobre el precio de las materias primas, derivados de la guerra en Ucrania, han colocado a los IPC´s de muchos países en unos niveles no vistos en décadas. Acabamos de decir cómo se actúa contra eso: subiendo tipos. Y aquí, volviendo al principio del artículo, la cuestión que sacude al mercado es que haya que hacerlo de manera tan drástica que, durante el tiempo que precios estén en vías de reducirse, provoquemos un colapso en el crecimiento: es decir, la temida estanflación.

Sin ningún género de dudas, la forma de evitar esto es dar en la diana en tiempo y medida con las subidas de tipos que se deben realizar: demasiado poco o tarde, supone que la inflación no va a ser bien combatida. Demasiadas subidas demasiado pronto pueden derrumbar el crecimiento. Nada fácil de hacer. Y mucho menos, de comunicar. En ello está la clave del devenir económico los próximos meses y probablemente años.

De momento, los mercados financieros están llevando a las curvas de deuda a unos descuentos de subidas de tipos que superan ampliamente en EE.UU. y Europa el 1%. En la medida en la que estás subidas tengan éxito, no digamos si se aflojara la presión sobre las materias primas, por ejemplo, con un alto el fuego en el conflicto ucraniano, el aterrizaje de la economía puede ser suave. Es más, a día de hoy esto es lo que reflejan en esencia las bolsas, que han corregido de la mano de mayores niveles de volatilidad, pero sin cotizar una recesión. Por lo tanto, no todo está perdido de antemano. Este partido se sigue jugando. Aunque dada la actual situación, conviene jugarlo con extrema prudencia.

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